jueves, 13 de mayo de 2010

Iker va al mercado



El aprendizaje significativo conlleva un compromiso fuerte por parte de todos los adultos que intervenimos en la educación de los infantes. No es algo complicado, es simplemente situar y experimentar lo vivido durante las horas de cole ya sea en casa o en cualquier otro sitio extraescolar.
Recuerdo que en mi escuela primaria invariablemente, al iniciar el trimestre, escribíamos el dictado del que sería el temario de unidad: “El reino animal”, poníamos con nuestros primeros garabatos, para enseguida especificar los objetivos y los subtemas. Algo se quedaba de esa escucha que luego se reproducía de manera libre en el dibujo que representaba a aquél nuevo tema.
Mis padres revisaban cautelosamente lo que allí escribíamos y hacían hincapié a la hora de la comida en repasar lo visto en la escuela, no con la intención de evaluar sino con la curiosidad de quien se muestra interesado por tu saber. “¿qué has aprendido hoy en clase?”. Esos pequeños saberes adquirían otra dimensión cuando en el huerto de casa buscábamos bichos o cuando con el jardinero recogíamos las hojas amarillentas que marcaban el otoño.
El paso del líquido a gaseoso se vería reflejado en una serie de cubitos de hielo de infusión de flor de jamaica que luego saboreábamos para apalear el calor de verano y durante las granizadas recogíamos hielo para comprender la condensación del agua en las nubes y su veloz desprendimiento al paso de una ola de calor. Mi padre, experto en las áreas de física y matemáticas no perdía la ocasión para hacernos comprender que la velocidad es el resultado de la distancia entre el tiempo. Así durante los viajes contábamos los kilómetros marcados en los pibotes de la carretera siempre pendientes del reloj. Mi madre por su parte afirmaba que la cocina era el mejor laboratorio de química y física de nuestra casa, aún cuando la catástrofe nos llegaba porque la olla Express reventaba.
Nuestro hijo tiene la fortuna de aprender en una escuela en donde se le da absoluta importancia al aprendizaje in situ. Esta mañana, de la mano de su padre y de sus pequeños compañeros, Iker asistió al mercado. Allí observaron lo que durante la semana se ha trabajado en clase: La importancia de las profesiones, la cadena del comercio, el valor del trabajo.
Invito a todos los adultos a ser partícipes de este diario descubrimiento del mundo. Que cuando nuestros hijos nos digan: “hoy hablamos de los seres inertes” no nos quedemos quietos sino que salgamos al parque a recolectar tierra y piedrecillas, y hablar sobre lo animado, lo inanimado, lo que nace, se reproduce y se muere, lo que se modifica, lo que permanece… todo un mundo de conocimiento que puede hacer nuestro día verdaderamente apasionante.

sábado, 8 de mayo de 2010

Desarrollo de la autonomía del ser

El niño nace sin un patrón establecido de comportamiento que le permita reconocer las necesidades básicas de sobrevivencia; sus opciones en este sentido están limitadas.
La primera pregunta que los padres y maestros debemos ayudar a responder a los recién nacidos sería: “¿Qué es lo que me rodea?”. Su respuesta estará estrechamente vinculada con el desarrollo de las capacidades de exploración, orientación y orden.
Si se dan cuenta, no estamos hablando de dar respuestas conceptuales sino de prepara un espacio que le permita al infante experimentar los retos necesarios para que se vaya construyendo un mapa mental externo, al tiempo que desarrolla de manera interna el sentido de la dirección, distancia, tiempo y secuencia.
Una niña que ha sido bien acompañada por sus padres y otros mediadores del aprendizaje con seguridad llegará a los dos años con estos conceptos introyectados. No estoy hablando de leer el reloj, sino de comprender el orden externo de su mundo, dónde se encuentran las cosas, incluso reconocer un camino habitual a casa y señalar con certeza lo que ocurrirá después.
Pero lo más sorprendente es que internamente se está gestando algo maravilloso que está ligado al mundo emocional. Esta pequeña está experimentando la sensación de seguridad al percibir que la comida llega a la misma hora, que el baño se repite día a día, que antes de dormir se lee un cuento; además disfruta de la capacidad de ser autónoma al lavarse los dientes, quitarse el pijama o cortar con un cuchillo especial la manzana que va a merendar. Y por si fuera poco se inserta en el mundo social al colaborar recogiendo la mesa, poniendo su ropa sucia en el cubo y emparejando los calcetines limpios con papá antes de ir a dormir. Esto lo puede hacer cualquier niño de dos años que goce de todas sus capacidades, insisto, siempre y cuando cuente con unos padres que estén dispuestos a acompañarla y le hayan preparado el espacio adecuado para el aprendizaje.
El futuro de un niño que durante los tres primeros años de su vida se le retiene en un carrito, sillita, cuna o andadera, se le viste con ropa incómoda diseñada para muñecos de porcelana o personas adultas, se le habla con onomatopeyas y palabras cortadas como si estuviera mentalmente limitado para comprender, se le prohíbe tocar los objetos que están en casa y se le entretiene en una guardería rompiendo y desordenando juguetes, será muy diferente. La imposibilidad de experimentar el mundo le atrofiará en breve su capacidad natural de comprender lo que le rodea.
Los niños de 0 a tres años van experimentando el mundo concreto a través de sus sentidos y aprenden a reconocer sus características más palpables: formas, tamaños, colores, variaciones, olores, temperaturas, etc. Los papás y guías debemos apoyar enfatizando cada situación que le acerque al objeto de estudio haciendo siempre uso del vocabulario adecuado: “huele a pan”, “que grande está ese árbol”, “uy, que frío hace por la mañana”. Son cinco los aspectos que hay que reforzar en esta etapa de descubrimiento sensorial: manipulación, repetición, exactitud, control del error y perfección o maestría.
Una vez superada esta etapa (entre los dos y tres años) el niño comienza a cuestionar lo que no se puede percibir con los sentidos. Antes se creía que no era sino hasta los tres años cuando los pequeños se adentraban en el mundo del cuestionamiento, pero los que disfrutamos observando y registrando su desarrollo dentro de un ambiente preparado, hemos detectado niños de dos años que logran formular la pregunta de ¿qué es eso?, y los hay quienes llegan hasta cuestionar la causa con un simpático y retador ¿porqué?
Es entonces cuando se incluyen en el vocabulario palabras como el también, tampoco, nada o último. Y otras aún más complejas como querer, miedo, alegría, enfado, tristeza. Palabras vinculadas a las emociones que va viviendo y asocia a un nombre con la ayuda del adulto.
Pero hay un tercer grupo de conceptos que están relacionados con el mundo de la convivencia, sociabilidad y, me atrevo a incluir, religiosidad (que no es lo mismo que espiritualidad). Son una serie de normas impuestas por un grupo de individuos que nos indican cómo se debe vivir y convivir. Estas son tan vulnerables que han provocado muchos conflictos mundiales por la reinterpretación que cada cultura les da. Si todos los terrestres entendiéramos los términos de justicia, libertad, igualdad o respeto de la misma manera, hace mucho que nos ocuparíamos de cuestiones más trascendentes como el cuidado de nuestro planeta.
Por lo general estas normas no se memorizan, sino que se interiorizan con la convivencia diaria. Si papá minimiza a mamá, se habla a gritos en casa o los padres se dedican a servir a los hijos, el niño aceptará este modelo de convivencia sin ser capaz de juzgar si es bueno o malo. El problema surge cuando ese modelo de convivencia grupal no corresponde al modelo social o mundial. Entonces lo que nos parecía normal dentro de nuestra burbuja ya no lo es. A los cinco años el niño comienza a cuestionar esas normas pues se da cuenta que no todos actuamos de la misma manera. Y eso está bien, pues se va gestando el propio pensar. La labor de los padres y maestros en este momento es fomentar el diálogo para impulsar el pensamiento crítico. Y para evitar confundir a los niños entre el decir y el hacer (lo que más les molesta es nuestra incongruencia), sugiero que en lugar de preocuparnos sólo por adoctrinar a nuestros hijos con valores que se corresponden a un modelo específico de vida o religión, nos ocupemos al menos en ser ejemplo de respeto, igualdad y solidaridad. Que quien es bueno no necesita bandera ni título que lo acredite.

Periodos sensitivos

A lo largo de la historia de la Educación, grandes pedagogos han dedicado su tiempo a la observación del niño en su ambiente natural (aquél que por su armonía propicia el aprendizaje significativo), con el fin de captar los secretos del desarrollo y los factores que permiten potenciar sus capacidades y florecer sus actitudes positivas. Padres y maestros tenemos la fortuna de contemplar a los pequeños sumergidos en un mundo paralelo mientras realizan un trabajo, desempeñan alguna labor o participan en un juego.
Durante estos periodos de concentración absoluta el cerebro comienza a realizar conexiones neuronales que le permiten dar brincos cuánticos en el mundo del conocimiento. Su creatividad, imaginación pero sobre todo su comprensión se acelera.
Pero hay momentos en los que aparece una desaceleración en el proceso mental que se corresponden con los máximos niveles de desarrollo físico. Durante estos declives, por llamarlos de alguna manera, las conexiones neuronales pierden potencia pues el desarrollo corporal tiene prioridad. Es así como nuestros hijos parecen entrar en crisis, y nosotros con ellos si no logramos comprender la emergente situación.
Muy a menudo los padres acuden angustiados a los profesionales de la educación, cuestionándose cómo es que su pequeño de repente ha perdido concentración, atiende menos cuando se le habla, se rebela ante las normas y muestra pereza ante el estudio.
Desde la perspectiva del niño se vive una situación verdaderamente caótica pues son momentos en donde la duda crece, los miedos e inseguridad se hacen presentes, se potencian las angustias y quejas y se cuestionan mucho más las relaciones humanas.
No es una situación que les agrade ni que puedan controlar fácilmente. Se les conoce como preadolescencias ya que son similares a las que sufrirá de manera profunda años más tarde durante la adolescencia, en donde además las hormonas se disparan jugando un papel fundamental en el desarrollo sexual de los jóvenes y el cerebro sufre una literal poda neuronal.
Intentaré describir brevemente los periodos para ayudarles a distinguirlos cuando estos aparezcan, aunque cabe recordar que estamos hablando de situaciones dentro de los parámetros de lo “normal”. Y aunque estos pueden aparecer y desaparecer dentro del lapso indicado, sin necesidad de que se mantengan durante todo ese periodo, es posible observarlos con claridad. Es entonces cuando nuestros hijos necesitan más apoyo, acompañamiento, comprensión y respeto.
De los cero a los tres años se da el desarrollo del lenguaje, se sientan las bases para la autonomía e independencia y se potencian la mayoría de las habilidades psico-senso-motoras. Es vital hablarles con corrección, leerles cuentos, otorgarles pequeñas labores, permitirles realizar cuantas actividades puedan hacer solos: servir el agua, comer, ordenar su cuarto, caminar, trepar, palpar, oler, tocar.
Entre los tres y los seis años hay una desaceleración en la que se manifiestan pesadillas, fantasías mezcladas con la realidad, angustias y la primera rebeldía a las normas.
En este periodo hay que encauzar las fantasías con el desarrollo de la creación artística y acompañarlos a encontrar respuestas lógicas a sus miedos. Durante toda la infancia, pero sobre todo en este momento, debemos evitar que los niños vean series violentas que presenten personajes que tiendan a la maldad u oscuridad.
De los seis a los nueve años vuelve a acrecentarse la actividad neuronal, se dispara la imaginación, abstracción, colaboración y moralidad. Es cuando los problemas de índole ético se deben poner sobre la mesa; es tiempo para el diálogo, la argumentación, el trabajo en equipo, el planteamiento de problemas complejos a la vez que divertidos.
De los nueve a los 12, con el inicio de la adolescencia, se vuelven a cuestionar las normas y se sufre una apatía en torno al aprendizaje. Y aunque es el periodo más importante en el desarrollo psíquico y emocional del futuro adulto, la educación tradicional lo ha relegado. Y si quisiéramos atenuar la dolencia del adolescente deberíamos todos plantear un proyecto especial para ellos: trabajo físico y colaborativo de tal manera que puedan experimentar la sensación profunda del aprendizaje en equipo, al tiempo que recargan su cuerpo con la energía del ejercicio.
De los 12 a los 15 años, a pesar de seguir dedicando gran parte de su vitalidad a la actividad hormonal, logran desarrollar capacidades de cooperación solidaria, autoaprendizaje y confianza. El último declive –ya mínimo- se da entre los 15 y 18 años.
En todos estos años, como papás hemos de ser comprensivos, cariñosos y flexibles para adaptar las normas a las cambiantes situaciones. Pero al mismo tiempo debemos ser claros, constantes y consecuentes con los límites establecidos. De lo contrario, la duda y la angustia crecerán ante la sensación de incertidumbre y extravío.
Comenzar con un: “entiendo que te sientes molesto…” antes de reprocharles su actuar, podría suavizar una situación que sin duda se repetirá varias veces durante su infancia y adolescencia. Recordemos que, a pesar de su rebeldía, mantenerse en un marco de disciplina les da seguridad.

martes, 6 de abril de 2010

La mente absorbente aparca en la guarde

Dentro del proyecto montessori, al periodo que corresponde a los niños y niñas menores de seis años se le conoce como el de la mente absorbente. Seis años importantísimos en los cuales se gesta la personalidad, es decir, la forma en la que aprende a ser, a hacer, a aprender y a convivir. Durante esta etapa el infante elabora, a pasos agigantados, un mapa sensorial del mundo. Aprende a reconocer olores, texturas, sabores, formas, colores, sonidos, etc. Comienza a imitar el comportamiento social de los adultos y aprende o trasgrede (según el comportamiento de los progenitores) las normas que nos rigen. Comprende que todo se rige por los parámetros del espacio y tiempo, es decir, todo es medible, cuantificable, todo se puede ordenar y tiene secuencias y consecuencias lógicas. Demuestra una inclinación por el trabajo, le gusta colaborar en casa; para él lavar los platos, barrer la casa, limpiar los cristales, es mucho más divertido y emocionante que un juguete lleno de luces y sonidos. Si nosotros como padres y madres observamos todas estas características sabremos que si sacamos provecho de este saber imitar y trabajar, podremos encaminarlos hacia el mundo del buen comportamiento y de la disciplina positiva.
Sin embargo durante mucho tiempo nos han hecho creer que no es sino hasta los seis años cuando debe arrancar la educación formal de los niños. Es por ello que miles de guarderías no se ocupan de guiar al niño en el mundo social y los dejan a merced de sus instintos de sobrevivencia en un mundo carente de orden. Los invito a visitar estos lugares en donde juguetes se apilan en cestos gigantes, en donde las estanterías están en lo alto para que los niños no alcancen las cosas, en donde la única rutina es jugar y pintar sin salirse del dibujo impreso y en donde una sola maestra está a la merced de las necesidades primarias de veinte chiquitines.
Lo que el niño menor de seis años necesita es precisamente lo contrario. Requiere de un espacio ordenado en el cual pueda explorar y experimentar el mundo: a qué sabe esto, a qué huele lo otro, qué es más pesado, cómo se puede organizar por colores, qué maraca suena más fuerte, que música tiene un ritmo más rápido.
Pero para ello se requiere de un adulto (por cada 12 niños) que conozca a la perfección la línea del desarrollo de sus alumnos y se centre en preparar un proyecto en el cual todas estas habilidades y actitudes se desarrollen. Tiene que estar preparado para ser un guía en la etapa más sensible y aprehensible. Si es creativa y paciente sabrá enseñarlos a hacer las cosas por ellos mismos y en breve tendrá un pequeño microcosmos de una sociedad civilizada.
Lo mismo los padres y madres. Pero la tristeza me invade cuando me doy cuenta que el sistema en el que vivimos obliga a los progenitores a depositar a sus hijos e hijas más pequeños en lugares que les resulten cercanos o cómodos, que nos les quiten más tiempo. Y que encima no tienen fuerza y creatividad para planificar actividades que les permitan desarrollarse. Les servimos la comida o los cambiamos de ropa con rapidez porque no hay tiempo para supervisar a una niña de dos años quitándose con cautela la pijamita o vigilar la forma en la que salta el chiquitín de año y medio antes de salir a la calle.
Muchos docentes están levantando la voz para que las autoridades se enteren: esta etapa requiere de especial cuidado. No desean que su trabajo se reduzca al de ser asistentes sociales ni que sus aulas se conviertan en aparca-niños. No quieren que sus proyectos se vean opacados por la emergencia, con todo el riesgo que esto implica (físico, mental, emocional, social). Y sobre todo no quieren que sus alumnos y alumnas pierdan los mejores años para absorber un mundo de sensaciones e informaciones vitales para el resto de su vida. Pero las voces de muchos padres siguen acalladas. Lamento decirlo, pero hay una sensación por parte de los profesionales de la educación de que el compromiso de la familia es cada día más laxo; muchos de ellos se sienten solos y abandonados.
Hoy los vuelvo a invitar a voltear hacia abajo, a mirar con detenimiento, a observar la grandeza de cada niño, de cada niña. No permitan que les engañen ni permitamos engañarnos. La función de la educación (padres, madres y docentes) ser una ayuda para la vida. Si en algún momento perciben que en los centros de enseñanza en lugar de educar adoctrinan o que sus hijos e hijas en lugar de aprender a aprender memorizan, levanten la voz. Todos somos corresponsables en esta tarea de aprender a ser buenas personas.

viernes, 2 de abril de 2010

En la escuela de mi hijo se monta en burra

En el calendario de los padres españoles, marzo se marca con un MATRICULA en rojo y con mayúsculas. Sabemos que para los debutantes comienza el calvario de la búsqueda de escuela, el papeleo, la suma de puntos y las indagaciones en torno a las coles del barrio y sus posibles diferencias.
El año pasado como familia nos vimos envueltos en ese trajín. Estábamos inmersos en un modelo que restringe posibilidades, primero porque la libertad de elección se limita a la oferta que brinda el espacio físico. La mayoría de los puntos los otorga la cercanía al centro educativo. Si corres con suerte un buen centro concertado con un modelo alternativo al tradicional te puede tocar, pero para asegurarlo tienes que tener más puntos que la mayoría (familia numerosa, incapacidad, madre soltera…) de lo contrario el candidato a aprendiz entra a un concurso un tanto traumático para los padres. Sólo unos cuantos entran, el resto queda a merced de la mala suerte, y lo digo así porque entrarán en aquellos centros que fueron descartados como primera opción por decenas de familias y que por tanto tienen plazas vacías.
Pero son tan pocos los que ofrecen una educación alternativa que al final uno acaba dándose cuenta que la fortuna está en el o la maestra que le toque a tus hijos. Y así fue nuestro caso. Recuerdo que hace un año cuando escribí el artículo
El calvario de la escolarización recibí muchas cartas de padres preguntándome por escuelas o sobre los aspectos a tomar en cuenta para la buena elección del centro. Yo me considero una verdadera disidente de la educación pública tal como se encuentra estructurada en España. Lo digo a sabiendas de la controversia que esto puede generar. Bastaron tres semanas en una escuela pública para ver cómo el espíritu curioso de nuestro niño se iba apagando en una sillita verde de la cual no se podía mover en siete horas.
Son tan pocas las escuelas concertadas que ofrecen un proyecto alternativo al tradicional o las que logran sobrevivir cuando se ven obligadas a se ofertadas a familias que poco o nada se interesan por su proyecto pedagógico, que termina siendo todo un poco de lo mismo.
Como padres creemos firmemente que la educación es la única herencia que podemos dejar a nuestros hijos. Así que en lugar de invertir en cosas innecesarias o triviales, su dote se deposita mensualmente en una de las pocas escuelas que nos han conmovido.
La casita de Martín es un paraje muy lindo en medio de un bosque de altos bloques de pisos de verano. Un sitio en dónde los niños juegan aprendiendo y aprenden jugando. Las cabañas (aulas) con nombres de viento, luna, estrella, están inmersos en una granja y comparten el espacio con un monumental toro, una burra llamada Santa que los pasea con frecuencia, cuentan los huevos de las gallinas, descubren que la primavera se acerca observando la aparición de los azahares en los naranjos, cuentan cuentos en un Tipi, realizan murales con diversas técnicas y lo que es más maravilloso, disfrutan de las fiestas que los adultos preparan para ellos, pues en este centro los niños no se disfrazan para cantar un villancico sino que los padres representan un belén viviente, cantan, bailan y hasta tocan instrumentos para los niños. Es una verdadera comunidad educativa, de esas que quedan pocas. La clave: la calidez.
Nos quedan dos años más de tranquilidad, después habrá que pensar en la primaria. Confío que para entonces volveremos a encontrar un oasis como este.

martes, 23 de marzo de 2010

Cuatro vueltas al sol


Los niños y niñas montessori festejan sus cumpleaños dando vueltas a un sol de madera situado al centro de un círculo que representa una órbita. En sus manos llevan un globo terráqueo como símbolo de aprecio a su casa la Tierra. Dan tantas vueltas como años tienen. No dicen: ´tengo cuatro años´, dicen: ´he dado cuatro vueltas al sol desde mi nacimiento´. Al finalizar comparten una selección de fotos que han dispuesto con sus padres en un pequeño álbum, en donde muestran a sus compañeros y compañeras su crecimiento. Piensen unos segundos cuántos conocimientos han adquirido estos pequeños con este evento tan significativo en su vida. No hay piñatas, chuches, ni platos con superhéroes, no hay regalos, sólo el interés que sus compañeros han puesto a su vida y el reconocimiento de su estar en el universo.
Mi niño ha dado cuatro vueltas al sol...

El orden lleva a la disciplina


Entonces comprendí que en el ambiente del niño todo debe estar medido
y ordenado, y que la eliminación de confusiones y superficialidades
engendra precisamente el interés y la concentración.
María Montessori


Cualquier cosa que nosotros hagamos será emulada por nuestros hijos e hijas. Ellos necesitan una referencia para el comportamiento. Es por ello que antes de cuestionarnos porqué actúan en forma errónea o incorrecta debemos mirar hacia nosotros. Si no tenemos disciplina en la vida (orden, horarios, hábitos…), no podemos pedir que ellos la tengan. Si nuestra vida es caótica, la de ellos también lo será.
Si a todo esto aunamos que vivimos inmersos en una sociedad en la cual la armonía pierde valor, en donde hay que correr para “ganar” tiempo y tener mucho para gastar más, en donde la violencia tácita en los medios de comunicación acrecienta nuestra indolencia e indiferencia, resultará complicado, por no decir imposible, conformar un recinto de paz en nuestros hogares.
La respuesta a aquellos padres y madres que deseen procurar ambientes propicios para que el desarrollo de sus hijos e hijas sea sano e integral, está en el cuidado del orden que rija sus vidas.
En otras ocasiones he mencionado que el espacio debe estar adecuado a las necesidades e intereses de los niños, de tal manera que nada sea un obstáculo en su aprendizaje. Pero no basta con comprar muebles a medida o adecuados para generar el orden. A los niños hay que enseñarles a moverse en el espacio con cuidado y respeto. Deben entender que todo en casa tiene una función que se debe respetar y los padres debemos recordárselos con palabras y actos: `esta es una mesa y en ella comemos´, `el sillón sirve para sentarnos, nunca para saltar´. Pero si al ver la tele, subimos los pies a la mesa, el mensaje se contradice y el aprendizaje se coarta.
El movimiento también se educa y este aprendizaje del autocontrol es vital para lograr una buena disciplina. Los recién nacidos aprenden a moverse dentro de un espacio limitado, no se trata de poner barreras físicas sino de enseñarles a controlar su cuerpo. La supervisión, la vigilancia y la protección son de suma importancia en los primeros años de vida. Nuestra labor es ser ejemplo de cómo se sienta correctamente, cómo se abre una puerta, cómo andamos sin tropezar con las cosas. Es muy importante que hagamos un refuerzo verbal y en lugar de decir `Te vas a pillar un dedo, deja la puerta´, a la niña se le indica, la puerta se cierra así (con la acción acompañada) y se le puede ejemplificar el error `si pones la manita aquí, cuando cierre la puerta te puedes pillar´. Esto lo comprende sin problemas un niño a partir de un año. Como verán no sólo es ordenar el espacio sino aprender a moverse en él de manera correcta.
Lo mismo sucede con el tiempo. Una vez marcadas las rutinas, hay que ser respetuosos y consecuentes con las horas determinadas para cada actividad. Si rompemos continuamente el horario, el mensaje que estamos transmitiendo es de inseguridad, de poca certeza, cosa que a los niños atemoriza y violenta. Si por alguna razón el horario se va a romper, es importante que le avisemos a nuestros hijos que un cambio previsto va a ocurrir: ´esta noche cenaremos fuera de casa porque es un día especial y mañana no hay que despertarnos temprano´.
Mientras los niños se habitúan al horario familiar (en caso de que no se lleve de manera natural desde su nacimiento), es importante recordarles qué es lo que sigue, un horario con dibujos es muy ilustrativo para los pequeños.
Los niños y niñas menores de seis años tienen periodos de concentración más profundos que largos, logran sumergirse en una actividad que aún cuando parece repetitiva, tiene una función específica y trascendente, la de lograr la maestría. No podemos sacarlos de estos periodos como si lo que hicieran no tuviera importancia. La mejor manera de irlos llevando a la siguiente actividad es mediante el aviso previo. Unos diez minutos antes de que llegue la hora del baño se le avisa: `ya viene la hora del baño, en cinco minutos más dejamos de jugar y recogemos´. Es importante que verifiquemos que la niña o el niño se ha enterado y que nos de una muestra de ello. Un `vale´, `sí´, o `de acuerdo´ son suficientes. Al principio nos costará un poco más si están habituados a persuadir a los padres con el llanto; es aquí cuando papá y mamá tienen que actuar en una misma dirección y recordar que se ha hecho un acuerdo. Para estos primeros días conviene ir al horario gráfico y recordar qué es lo que sigue y mencionarle que mañana habrá tiempo para continuar con lo que se hacía.
Y por último les recuerdo la importancia del orden interno, tanto ideas como emociones deben ser cuidadas. Hay que impedir la entrada de violencia a nuestro hogar y vigilar nuestro vocabulario o la forma en la que nos dirigimos a los miembros de la familia; si damos posibilidad al diálogo o si sólo estamos propiciando la discusión y la sinrazón. Recordemos que el diálogo también ordena ideas, da posibilidad de potenciar un pensamiento crítico, creativo, reflexivo. Pero sobre todo nos conduce hacia la escucha, el respeto, la tolerancia y la inclusión.

jueves, 18 de marzo de 2010

Las matemáticas a colores con Bancubi


Si no permitimos que los niños experimenten el descubrimiento del mundo a través de los sentidos durante los tres primeros años de vida, será injusto exigirles que comprendan conceptos abstractos más tarde. A la mayoría de los niños educados en las escuelas tradicionales en donde los conceptos se memorizan, el mundo de las matemáticas los sobrepasa. Si para muchos de ellos que no han salido nunca de la ciudad, imaginar una granja con vacas resulta complicado, pensemos a dónde se va su mente cuando les pedimos que asimilen el cero y su función. La primera vez que vi una raíz cuadrada lo hice a colores. Tuve que esperar tres décadas para experimentarlo y mi maestro fue un pequeño de cuatro años que manipulaba el material montessori conocido como el “binomio al cubo”. El chiquito, sin saberlo, elaboraba una formula matemática compleja, dando orden a seis prismas y dos cubos, de tamaños y colores diferentes para formar otro cubo. Su capacidad psico-senso-motora le permitía ejecutar con maestría movimientos precisos para acomodar cada pieza en su sitio (a mi me llevó el triple de tiempo hacerlo por primera vez). Pero lo que se estaba almacenando en su cabeza era una serie de datos que, dos años después, le llevarían a deducir por sí mismo la fórmula del binomio al cubo. Profundamente atraída por la magia de estos materiales comencé a desarrollar junto con un grupo de guías montessori, dos líneas secuenciadas de capacidades matemáticas: la centrada en lo aritmético y otra en lo geométrico. Un mapa que me permitió comprender con claridad un mundo que antes me resultaba impenetrable y hasta indeseable. Pero lo más interesante fue comprobar que sí existe un orden lógico de habilidades registrables que nos permite identificar el momento cognitivo en el que se encuentra cada alumno en esa área específica del conocimiento. Si un adulto ajeno al método montessori entra en esos ambientes de trabajo, podrá ver niños absortos trabajando con materiales de colores; algunos por ejemplo, estarán formando cadenas de bolitas de colores, pero si observa bien se dará cuenta que están practicando el conteo salteado. Cuando construyen cubos de un metro de arista (lado), están comprobando su capacidad de almacenamiento. Si deambulan por el aula mirando hacia las esquinas, es porque están descubriendo ángulos. Si están sentados en un tapete “jugando” con un tablero de ajedrez de tres colores es porque aprenden a multiplicar. Y si arman escaleras de colores con barritas azules y rojas, es porque están sumando o restando. No necesariamente están acompañados de un adulto, pues una vez que la guía les presenta el material, los chicos están listos para trabajarlo de manera individual. Este procedimiento se repite con cada área del conocimiento que además se integra con las otras en unas hermosas lecciones narradas. En medio de este trabajo me sorprendió observar que los alumnos de entre diez y once años, que comienzan a aprender estrategias matemáticas para la educación secundaria, como lo es el registro de procesos, anotaban primero el resultado y después realizaban el procedimiento como medio para comprobar. Cuando les pregunté cómo podían resolver una operación sin procedimiento, uno de ellos tomó tres lápices de colores (rojo, azul y verde) y en un papel dibujó una cadena de cuadrados de colores, en ella representaba un número. Cada color se correspondía con el sistema de unidades, decenas y centenas. “Así es como lo veo en mi mente”, me dijo. Los chicos “manipulaban” dentro de su cabeza esos sesenta cubitos de colores que desde los tres años llevaban en su mochila y con los cuales habían aprendido a sumar, restar, multiplicar, dividir.... Tengo la fortuna de conocer a Tere Maurer, una generosa mujer que logró encontrar la forma perfecta de llevar el mundo de las matemáticas montessori a cualquier escuela aún cuando tenga un sistema tradicional. Después de observar y trabajar durante muchos años con los niños y guías montessori, elaboró un método cuyo material cabe en tres maletas y sirve para trabajar desde los tres años hasta los trece. Bancubi se puede resumir en una frase, una forma divertida de descubrir las matemáticas. Lo más hermoso es que cuenta con unas normas conocidas como “reglas del juego” que podrían parecer disparatadas para cualquier maestro de escuela tradicional: Nadie se equivoca pues estamos aprendiendo, respetamos el turno, todos prestamos nuestras mentes, prohibido decir ´no´, vale copiar al vecino, puedo aprender de mi error, hay muchas formas de resolver el problema y todas son válidas, si termino guardo silencio, observo y pongo la manos en mis rodillas, puedo ayudar a mi compañero. Recuerdo la ocasión en que los chicos que se graduaban de la primaria montessori, aceptaron el reto de compartir sus conocimientos con niños más pequeños que ellos, chavales de menos de doce años que se rehabilitaban de su adicción drogas industriales (pegamentos y cemento). Nunca he vivido mayor sensación de dicha que la de ver la cara de aquellos niños que descubrían las matemáticas formando frentes de centuriones con los cubos de Bancubi. Y mientras los pequeños que habían pasado su infancia detrás de una nube de adicciones gritaban “sé dividir”, los chicos montessori experimentaban la felicidad de poner al servicio de los demás el conocimiento. Si queremos que nuestros hijos sean felices, procurémosles espacios en donde puedan vivir la experiencia del descubrimiento, de la colaboración, del servicio y del respeto. Un lugar en donde hasta las matemáticas sean divertidas.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Con gracia y cortesía, por favor


Una amiga muy querida, que dedica gran parte de su día haciendo las funciones de mamá de los niños y niñas de dos casas hogares, me comentaba preocupada que las condiciones paupérrimas de donde vienen sus pequeños han impedido que desarrollen actitudes de gracia y cortesía. La mayor parte de ellos han llegado a su cuidado porque fueron retirados de sus familias a causa de la violencia, el desamparo, el abuso...
No quiero ser pretenciosa, me decía, pero me da miedo que su no saber estar les cierre más puertas de las que ya tienen cerradas. Y puedo entenderla. Sin embargo yo conozco muchos niños que viven en contextos privilegiados, que estudian en escuelas de renombre y poseen apellidos con pedigrí, cuyo actuar es muchas veces más descortés y menos agradecido que el de sus niños. Al menos, le dije, tus niños no tienen el terrible defecto de la prepotencia o la arrogancia.
Lograr que nuestros niños y niñas sepan dar las gracias, declinar una propuesta con cortesía, saludar amablemente, solicitar algo o pedir ayuda por favor, dar la bienvenida, ceder el paso a otra persona, disculparse, hablar con un tono de voz adecuado, pedir permiso, ser buen anfitrión conlleva un trabajo profundo y muy conciente por parte de los adultos que los guiamos.
El grato recuerdo que dejan aquellos pequeños que pasan por nuestra vida siendo amables, gentiles, respetuosos, se queda para siempre. Como maestra de muchos alumnos de todas las edades, me quedo con aquellos que me han generado una impresión positiva de buena educación. Alumnas y alumnos que saben esperar su turno, que respetan la opinión o postura de sus compañeros, que presentan argumentos contrarios sin faltar al respeto a sus interlocutores, que saludan cada mañana, que dan las gracias al final del día. Llevan en sus manos una llave que abre puertas. Una carta de recomendación firmada por todos los que les conocen.
La doctora María Montessori lo sabía y reconocía en esas actitudes todo un código cultural que quiso resguardar en una serie de lecciones conocidas como “gracia y cortesía” y que hoy seguimos aplicando los docentes y padres que creemos en su filosofía. Lo más hermoso de estas lecciones es que son apropiadas para todas las culturas pues en ellas prima el respeto hacia el otro, la cordialidad, la amabilidad, el servicio comunitario y la bondad.
Voy a tratar de trasmitir con brevedad la clave de los ejercicios para que puedan ponerlos en práctica en casa, pero debo insistir en la importancia de la perseverancia por parte de los adultos, la auto corrección de nuestros malos hábitos o actitudes incorrectas y el saber reconocer nuestros fallos con una disculpa a tiempo, porque es la mejor manera de enseñarles que los fallos son propios de los humanos pero que una actitud de humildad y deseo de corrección, pueden cambiar las cosas.
Así pues, estas lecciones son una serie de situaciones que tenemos que modelar continuamente los adultos con plena conciencia e intención de imprimir la actitud en nuestros hijos. Entre más pequeños sean los niños y niñas, más fácil es lograr la impresión, pues los pequeños de entre dos y cinco años gustan de imitar situaciones. Sin embargo, cuando una adolescente observa una actitud de respeto y cortesía hacia ella, su reacción primera es ser amable. Para los más pequeños es importante hacerles saber que les estamos modelando, es por ello que siempre debe ir acompañado de un refuerzo verbal: “en esta casa nos pedimos las cosas por favor”, “nosotros siempre damos las gracias”. Pero también cuando cerramos una puerta, ordenamos los juguetes, esperamos un turno para hablar o ver la televisión hacemos hincapié en que esa es la manera en la que se hacen las cosas en casa. La actitud se imprime en el tono de voz y en la suavidad de los movimientos. Cerramos las puertas suavemente, nos movemos con calma, nos hablamos con un tono adecuado, movemos las sillas sin molestar a los vecinos. Con ello estamos enseñando a nuestros niños y niñas a fortalecer su autocontrol al tiempo que los sumergimos en un ambiente armonioso.
Los padres y madres somos mucho más susceptibles a cambiar de actitud o desistir del intento de modelar, que los maestros. Los hijos e hijas no suelen hacer berrinches en la escuela, tienden a contener su frustración con mayor facilidad sabiendo que los límites están claros y que la maestra muestra la misma actitud con todos los compañeros. El secreto en casa está en la paciencia, en el saber que los berrinches serán temporales y que si logramos salir victoriosos de la primera infancia, tenemos la batalla ganada. Nuestro fin es lograr que nuestros niños y niñas muestren tolerancia a la frustración, que acepten un `no´ por respuesta, que esperen su turno para hablar, que se comuniquen sin dar gritos.
Si en algún momento vemos que nuestros hijos e hijas equivocan su actitud, es bueno repetirles con calma: “¿recuerdas en que tono nos hablamos en esta familia?”, “¿recuerdas que cuando estoy hablando con alguien tienes que esperar a que termine para poder atenderte?” o “te recuerdo que pedimos las cosas sin llorar”.
En las escuelas Montessori este trabajo es fundamental para lograr una actitud positiva frente a la vida y por ende, frente al aprendizaje; nos lo tomamos tan enserio que a las alumnas y alumnos se les modela cómo ordenar el material, cómo caminar por las aulas, cómo poner un florero, cómo saludar a las visitas, cómo pedir disculpas si tropiezan con alguien, cómo entrar sin correr después del recreo. El resultado, créanme, es sorprendente: jovencitos y jovencitas de trece o catorce años que traspiran armonía y respeto con solo caminar.

viernes, 12 de marzo de 2010

Y el tiempo se detuvo.


Llegué a Andalucía cuando mi niño recién cumplió los tres meses. Acababa de dejar la coordinación de un maravilloso Colegio Montessori en el cual aprendí durante un par de años a observar a los niños.
Desde la postura de María Montessori, es imprescindible observar antes de programar, crear o elaborar un trabajo para los pequeños. Son ellos quienes, desde su propio interés se van acercando al conocimiento. Por ello es tan importante respetar su ritmo y tendencias naturales.
Firme creyente de su filosofía, llegué a vivir a la tierra más anárquica y alejada de la postura montessoriana. El orden que sugiere para crecer con armonía reina por su ausencia en estas calles malagueñas. Recuerdo que los amigos se sorprendían cuando me negaba a mantener a mi hijo en la carreola a la intemperie después de las nueve de la noche en una terraza de algún bar. Los niños en esta tierra se adaptan al ritmo y espacios de los adultos y no al contrario.
En casa hemos tratado de que los niños tengan un horario establecido, una rutina que les de seguridad y les marque las pautas a seguir diariamente. En esta tierra se llega a pensar que esta forma de trabajar con los niños es demasiado rígida y probablemente podría llegar a serlo si no se tiene en cuenta -ante todo- el ritmo del niño, esos momentos mágicos en los que observamos que nuestros hijos e hijas están sumergidos en una actividad que los está acercando a un nuevo saber, a una forma diferente de entender su entorno.
Hoy tocaba el baño, como cada día, a las siete y media. Cuando me dispuse a avisarle a Iker que su tina estaba lista, observé desde la puerta del cuarto que estaba colocando las letras de imán con el esmero de quien desea aprender a escribir. Con sus tres años (muy entrados en cuatro) jugaba a formar palabras.
Era un pecado interrumpir ese momento mágico, ese periodo de concentración profunda (como lo llamaba María Montessori), así que paré el tiempo y disfruté observando a mi niño crecer.

domingo, 7 de marzo de 2010

Estimulación prenatal

A veces olvidamos que la vida de nuestros hijos e hijas inicia en el momento en que son gestados, fuera de debates éticos, todos ellos respetables, es importante tenerlo en cuenta cuando intentamos comprender su desarrollo, el origen de sus capacidades o sus limitaciones.
Desde el primer día, esa pequeña célula cargada de datos, de historia, de vida, va saltando de manera cuántica de una capacidad a otra. Pasa de ser un cigoto, a un embrión, a un feto y así hasta adquirir forma y facultades propias de nuestra especie.
Existen teorías que indican que nuestra sorprendente evolución se debe a la mano. Éstas respaldan sus hipótesis en el hecho de que gracias a esta minúscula extensión del cuerpo, el ser humano pudo dominar el fuego y crear herramientas para sobrevivir. Hoy es posible observar una gran actividad neuronal cuando la mano realiza una actividad. Lo más sorprendente es que este instrumento ejecutivo del cerebro ya tiene desarrolladas todas sus funciones cuando el embrión cumple cuarenta y siete días de vida. Esas pequeñas bolsitas -más parecidas a las manos de una rana que a las de un humano- están listas para palpar el mundo.
Al cumplirse la sexta semana se completa el desarrollo del sistema nervioso central (que irá creciendo conforme lo haga la corteza cerebral), lo cual nos indica que el feto está listo para absorber estímulos que se irán almacenando en su memoria sensorial. Es el momento adecuado para comenzar a participar de forma activa en la maravillosa experiencia del aprendizaje.
Con siete semanas los órganos han tomado su sitio, ya sólo es cuestión de esperar su maduración. Las orejas se encuentran en su sitio y el insipiente aparato auditivo está percibiendo el rítmico latido de la madre y los sonidos externos. Es un buen momento para comenzar a escuchar música con la intención de que la pequeña o pequeño comience a contactar con el exterior; no es necesario ponernos audífonos en el vientre, como antes se pensaba, basta con escuchar y movernos al ritmo (bailar con el papá alegremente funciona mejor). Esto ayuda a potenciar las capacidades de ritmo, armonía y melodía, y no sólo para desarrollar un gusto por la música sino para que comience a comprender que fuera del vientre materno casi todo tiene un orden espacio temporal. Hay estudios que respaldan que aquellos niños y niñas que han sido estimulados desde el vientre materno tienen mucha más facilidad para las matemáticas, el lenguaje (gramática y vocabulario), la coordinación, el diálogo, la interrelación, creatividad y concentración entre otras.
Por lo general el padre cree que no puede involucrarse en el desarrollo prenatal pero no es así. Conozco muchos papás que han tomado la iniciativa de crear un vínculo emocional con sus hijos e hijas desde el embarazo; suelen poner música que les gusta, les leen cuentos, los acarician y les hablan. Por más extraño que parezca estos pequeños gestos ayudan profundamente en el desarrollo social, emocional, físico y mental de su bebé. Además de que aportan seguridad y confianza, tan necesarias para la autoestima del bebé. Otra forma activa de intervenir en esta etapa es procurando un ambiente de tranquilidad para la madre, pensando que el estado anímico de ella afecta directamente en el desarrollo emocional del pequeño o pequeña.
Si todo sigue su orden natural, el bebé nacerá cuando cada uno de los órganos haya alcanzado su nivel óptimo de maduración. En caso de que los niños nazcan prematuramente es importante localizar el momento en el que se detuvo su desarrollo prenatal, pues esos aspectos se deberán trabajar para no arrastrar secuelas en su aprendizaje. Nuestros niños en realidad no cumplen años el día de su nacimiento, sino el día de su gestación.

El privilegio de ser padres



Toda ayuda innecesaria es un obstáculo en el crecimiento
María Montessori


Cada día somos más los padres y madres que nos acercamos a profesionales de la educación solicitando asesoría, apoyo o simplemente información. Deseamos tener más herramientas para acompañar a nuestros hijos en su formación. Muchas veces la dinámica familiar, el trabajo o el agotamiento no nos permiten observar con calma el origen de los problemas que se gestan en casa y nos perdemos en buscar soluciones rápidas a situaciones emergentes, por lo general relacionadas con la disciplina o los malos hábitos de sueño, alimentación, juego, etc. Esta tendencia a solucionar los problemas, antes que prevenirlos, nos impiden disfrutar de lo positivo de su crecimiento, dejamos de observar las habilidades que van adquiriendo y nos centramos en los berrinches o malas noches. Pero quizá el problema radica en el hecho de que ser padre o madre requiere de ciertas actitudes que no todos hemos fortalecido. Como cualquier habilidad, la actitud se puede ejercitar; propongo comenzar por aquellas que considero imprescindibles: 1. Confianza en la naturaleza bondadosa del niño y en nuestro instinto paternal. 2. Paciencia, ya que todo en el desarrollo del ser humano se completa; aquello que parecer no tener final no es sino una etapa que no volverá. 3. Respeto para cada niño, cada niña, pues cada uno posee un ritmo de aprendizaje diferente, tiene intereses diferentes, necesidades diferentes. 4. Constancia en el desarrollo de la voluntad (disciplina) de nuestros hijos e hijas, ya que de ello dependerá el fortalecimiento de su comprensión del mundo, de las leyes y normas que rigen las relaciones humanas y de la libre y adecuada elección. 5. Tranquilidad. En la medida en la que estemos serenos, nuestros hijos e hijas lo estarán también. Si logramos mostrar estas actitudes, podemos asegurar que la mitad del trabajo está logrado. Pero aún falta una parte muy importante, lo que en la educación montessori se conoce como `los tres pilares de la educación´. A aquellas mamás y papás que se acercan al colegio (o cualquier otro profesional de la educación) y solicitan tutoría o asesoría, se les pide que describan la forma en la que el hijo o hija llevan su rutina. Con sólo esa información es posible saber si los padres están cometiendo algún error que impida el desarrollo natural de sus hijos. Los adultos somos expertos en obstaculizarlo. Solemos adaptar su espacio y tiempo al nuestro. Somos muy poco respetuosos con sus necesidades. Les damos de comer cuando a nosotros nos viene bien, los dormimos cuando nos conviene, decoramos la casa de acuerdo a nuestros gustos y caprichos y no nos damos cuenta que sólo estamos alterando una armonía que se rebela por medio de rabietas que en la mayoría de las veces significan: respétame. Por lo mismo quiero compartirles estos tres pilares para que analicemos si hay algo en nuestra actitud o en nuestra manera de ejercer la paternidad que pueda provocar lo que en el día a día consideramos un problema. Les recuerdo, no hay niñas o niños malos, sólo hay padres despistados. Autoformación: Es esencial que los padres y madres se familiaricen con el desarrollo natural de sus hijos, informándose y preparándose antes de que cada etapa llegue. Por lo menos tiene que haber tres libros en casa que nos hablen del desarrollo. Ambiente preparado: Ordenar espacio (casa y en especial la habitación de los niños) de tal manera que nada obstaculice su desarrollo, no hay nada peor para el desarrollo psico-senso-motor que un lugar en el que no se puedan mover los niños, en el que no puedan tocar las cosas. Sus juguetes y material de trabajo (arte) deben estar organizados en cajones o canastos en los que puedan clasificar (muñecos, coches, trenes, animales, instrumentos musicales). Organizar su tiempo por medio de rutinas adaptadas a las necesidades del niño que den seguridad y certeza. Es muy importante respetar las horas de sueño para su edad (entre 10 y 12 horas antes de los 8 años). Actividades y material que procuren el desarrollo: Que los materiales (juguetes didácticos) y actividades que planeamos para los hijos supongan una ayuda y no un obstáculo o una distracción innecesaria. Si hay más de seis juguetes en la habitación no sólo no podrán organizarlos sino que les será difícil concentrarse por un periodo razonable en una sola actividad. Evitemos juguetes que emulen los dibujos animados, en cambio compremos puzzles, libros, cubos de madera, reproducción de animales, letras con imanes, pizarras, pelotas, pinturas… Y para terminar los invito a poner especial interés en la disciplina, entendiendo esta como el desarrollo de la voluntad: movimiento, pensamiento, emociones… La disciplina se va gestando desde los primeros meses, un niño, una niña, cuya vida esté ordenada, organizada, difícilmente mostrará mala conducta. Pero para ello debemos ser constantes, indicando desde el segundo semestre de vida la función de las cosas: `la mesa sirve para comer´; ejercitándoles la capacidad de seguir indicaciones: `lleva tu ropa sucia al cubo, porfavor´; motivándoles a realizar las cosas sin ayuda: `quitate los calcetines tu solita´, colaborando en casa: `ayuda a papá a poner la mesa´. Verán cómo son capaces de ir actuando con disciplina sin necesidad de obligar ni enfadarse. No olvidemos que lo más emocionante de la paternidad, es que de alguna manera somos testigos de la evolución de de nuestra especie a través del desarrollo de nuestros hijos e hijas. Y lo más bello es la recompensa del amor. Si somos capaces de trasmitir una filosofía de vida basada en la fortaleza de los lazos familiares, la solidaridad, la cooperación y el respeto mutuo (a pesar de las diferencias de carácter, inclinaciones, tendencias), tendremos una gran posibilidad de ser correspondidos.