miércoles, 17 de marzo de 2010

Con gracia y cortesía, por favor


Una amiga muy querida, que dedica gran parte de su día haciendo las funciones de mamá de los niños y niñas de dos casas hogares, me comentaba preocupada que las condiciones paupérrimas de donde vienen sus pequeños han impedido que desarrollen actitudes de gracia y cortesía. La mayor parte de ellos han llegado a su cuidado porque fueron retirados de sus familias a causa de la violencia, el desamparo, el abuso...
No quiero ser pretenciosa, me decía, pero me da miedo que su no saber estar les cierre más puertas de las que ya tienen cerradas. Y puedo entenderla. Sin embargo yo conozco muchos niños que viven en contextos privilegiados, que estudian en escuelas de renombre y poseen apellidos con pedigrí, cuyo actuar es muchas veces más descortés y menos agradecido que el de sus niños. Al menos, le dije, tus niños no tienen el terrible defecto de la prepotencia o la arrogancia.
Lograr que nuestros niños y niñas sepan dar las gracias, declinar una propuesta con cortesía, saludar amablemente, solicitar algo o pedir ayuda por favor, dar la bienvenida, ceder el paso a otra persona, disculparse, hablar con un tono de voz adecuado, pedir permiso, ser buen anfitrión conlleva un trabajo profundo y muy conciente por parte de los adultos que los guiamos.
El grato recuerdo que dejan aquellos pequeños que pasan por nuestra vida siendo amables, gentiles, respetuosos, se queda para siempre. Como maestra de muchos alumnos de todas las edades, me quedo con aquellos que me han generado una impresión positiva de buena educación. Alumnas y alumnos que saben esperar su turno, que respetan la opinión o postura de sus compañeros, que presentan argumentos contrarios sin faltar al respeto a sus interlocutores, que saludan cada mañana, que dan las gracias al final del día. Llevan en sus manos una llave que abre puertas. Una carta de recomendación firmada por todos los que les conocen.
La doctora María Montessori lo sabía y reconocía en esas actitudes todo un código cultural que quiso resguardar en una serie de lecciones conocidas como “gracia y cortesía” y que hoy seguimos aplicando los docentes y padres que creemos en su filosofía. Lo más hermoso de estas lecciones es que son apropiadas para todas las culturas pues en ellas prima el respeto hacia el otro, la cordialidad, la amabilidad, el servicio comunitario y la bondad.
Voy a tratar de trasmitir con brevedad la clave de los ejercicios para que puedan ponerlos en práctica en casa, pero debo insistir en la importancia de la perseverancia por parte de los adultos, la auto corrección de nuestros malos hábitos o actitudes incorrectas y el saber reconocer nuestros fallos con una disculpa a tiempo, porque es la mejor manera de enseñarles que los fallos son propios de los humanos pero que una actitud de humildad y deseo de corrección, pueden cambiar las cosas.
Así pues, estas lecciones son una serie de situaciones que tenemos que modelar continuamente los adultos con plena conciencia e intención de imprimir la actitud en nuestros hijos. Entre más pequeños sean los niños y niñas, más fácil es lograr la impresión, pues los pequeños de entre dos y cinco años gustan de imitar situaciones. Sin embargo, cuando una adolescente observa una actitud de respeto y cortesía hacia ella, su reacción primera es ser amable. Para los más pequeños es importante hacerles saber que les estamos modelando, es por ello que siempre debe ir acompañado de un refuerzo verbal: “en esta casa nos pedimos las cosas por favor”, “nosotros siempre damos las gracias”. Pero también cuando cerramos una puerta, ordenamos los juguetes, esperamos un turno para hablar o ver la televisión hacemos hincapié en que esa es la manera en la que se hacen las cosas en casa. La actitud se imprime en el tono de voz y en la suavidad de los movimientos. Cerramos las puertas suavemente, nos movemos con calma, nos hablamos con un tono adecuado, movemos las sillas sin molestar a los vecinos. Con ello estamos enseñando a nuestros niños y niñas a fortalecer su autocontrol al tiempo que los sumergimos en un ambiente armonioso.
Los padres y madres somos mucho más susceptibles a cambiar de actitud o desistir del intento de modelar, que los maestros. Los hijos e hijas no suelen hacer berrinches en la escuela, tienden a contener su frustración con mayor facilidad sabiendo que los límites están claros y que la maestra muestra la misma actitud con todos los compañeros. El secreto en casa está en la paciencia, en el saber que los berrinches serán temporales y que si logramos salir victoriosos de la primera infancia, tenemos la batalla ganada. Nuestro fin es lograr que nuestros niños y niñas muestren tolerancia a la frustración, que acepten un `no´ por respuesta, que esperen su turno para hablar, que se comuniquen sin dar gritos.
Si en algún momento vemos que nuestros hijos e hijas equivocan su actitud, es bueno repetirles con calma: “¿recuerdas en que tono nos hablamos en esta familia?”, “¿recuerdas que cuando estoy hablando con alguien tienes que esperar a que termine para poder atenderte?” o “te recuerdo que pedimos las cosas sin llorar”.
En las escuelas Montessori este trabajo es fundamental para lograr una actitud positiva frente a la vida y por ende, frente al aprendizaje; nos lo tomamos tan enserio que a las alumnas y alumnos se les modela cómo ordenar el material, cómo caminar por las aulas, cómo poner un florero, cómo saludar a las visitas, cómo pedir disculpas si tropiezan con alguien, cómo entrar sin correr después del recreo. El resultado, créanme, es sorprendente: jovencitos y jovencitas de trece o catorce años que traspiran armonía y respeto con solo caminar.

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