jueves, 18 de marzo de 2010

Las matemáticas a colores con Bancubi


Si no permitimos que los niños experimenten el descubrimiento del mundo a través de los sentidos durante los tres primeros años de vida, será injusto exigirles que comprendan conceptos abstractos más tarde. A la mayoría de los niños educados en las escuelas tradicionales en donde los conceptos se memorizan, el mundo de las matemáticas los sobrepasa. Si para muchos de ellos que no han salido nunca de la ciudad, imaginar una granja con vacas resulta complicado, pensemos a dónde se va su mente cuando les pedimos que asimilen el cero y su función. La primera vez que vi una raíz cuadrada lo hice a colores. Tuve que esperar tres décadas para experimentarlo y mi maestro fue un pequeño de cuatro años que manipulaba el material montessori conocido como el “binomio al cubo”. El chiquito, sin saberlo, elaboraba una formula matemática compleja, dando orden a seis prismas y dos cubos, de tamaños y colores diferentes para formar otro cubo. Su capacidad psico-senso-motora le permitía ejecutar con maestría movimientos precisos para acomodar cada pieza en su sitio (a mi me llevó el triple de tiempo hacerlo por primera vez). Pero lo que se estaba almacenando en su cabeza era una serie de datos que, dos años después, le llevarían a deducir por sí mismo la fórmula del binomio al cubo. Profundamente atraída por la magia de estos materiales comencé a desarrollar junto con un grupo de guías montessori, dos líneas secuenciadas de capacidades matemáticas: la centrada en lo aritmético y otra en lo geométrico. Un mapa que me permitió comprender con claridad un mundo que antes me resultaba impenetrable y hasta indeseable. Pero lo más interesante fue comprobar que sí existe un orden lógico de habilidades registrables que nos permite identificar el momento cognitivo en el que se encuentra cada alumno en esa área específica del conocimiento. Si un adulto ajeno al método montessori entra en esos ambientes de trabajo, podrá ver niños absortos trabajando con materiales de colores; algunos por ejemplo, estarán formando cadenas de bolitas de colores, pero si observa bien se dará cuenta que están practicando el conteo salteado. Cuando construyen cubos de un metro de arista (lado), están comprobando su capacidad de almacenamiento. Si deambulan por el aula mirando hacia las esquinas, es porque están descubriendo ángulos. Si están sentados en un tapete “jugando” con un tablero de ajedrez de tres colores es porque aprenden a multiplicar. Y si arman escaleras de colores con barritas azules y rojas, es porque están sumando o restando. No necesariamente están acompañados de un adulto, pues una vez que la guía les presenta el material, los chicos están listos para trabajarlo de manera individual. Este procedimiento se repite con cada área del conocimiento que además se integra con las otras en unas hermosas lecciones narradas. En medio de este trabajo me sorprendió observar que los alumnos de entre diez y once años, que comienzan a aprender estrategias matemáticas para la educación secundaria, como lo es el registro de procesos, anotaban primero el resultado y después realizaban el procedimiento como medio para comprobar. Cuando les pregunté cómo podían resolver una operación sin procedimiento, uno de ellos tomó tres lápices de colores (rojo, azul y verde) y en un papel dibujó una cadena de cuadrados de colores, en ella representaba un número. Cada color se correspondía con el sistema de unidades, decenas y centenas. “Así es como lo veo en mi mente”, me dijo. Los chicos “manipulaban” dentro de su cabeza esos sesenta cubitos de colores que desde los tres años llevaban en su mochila y con los cuales habían aprendido a sumar, restar, multiplicar, dividir.... Tengo la fortuna de conocer a Tere Maurer, una generosa mujer que logró encontrar la forma perfecta de llevar el mundo de las matemáticas montessori a cualquier escuela aún cuando tenga un sistema tradicional. Después de observar y trabajar durante muchos años con los niños y guías montessori, elaboró un método cuyo material cabe en tres maletas y sirve para trabajar desde los tres años hasta los trece. Bancubi se puede resumir en una frase, una forma divertida de descubrir las matemáticas. Lo más hermoso es que cuenta con unas normas conocidas como “reglas del juego” que podrían parecer disparatadas para cualquier maestro de escuela tradicional: Nadie se equivoca pues estamos aprendiendo, respetamos el turno, todos prestamos nuestras mentes, prohibido decir ´no´, vale copiar al vecino, puedo aprender de mi error, hay muchas formas de resolver el problema y todas son válidas, si termino guardo silencio, observo y pongo la manos en mis rodillas, puedo ayudar a mi compañero. Recuerdo la ocasión en que los chicos que se graduaban de la primaria montessori, aceptaron el reto de compartir sus conocimientos con niños más pequeños que ellos, chavales de menos de doce años que se rehabilitaban de su adicción drogas industriales (pegamentos y cemento). Nunca he vivido mayor sensación de dicha que la de ver la cara de aquellos niños que descubrían las matemáticas formando frentes de centuriones con los cubos de Bancubi. Y mientras los pequeños que habían pasado su infancia detrás de una nube de adicciones gritaban “sé dividir”, los chicos montessori experimentaban la felicidad de poner al servicio de los demás el conocimiento. Si queremos que nuestros hijos sean felices, procurémosles espacios en donde puedan vivir la experiencia del descubrimiento, de la colaboración, del servicio y del respeto. Un lugar en donde hasta las matemáticas sean divertidas.

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