jueves, 5 de diciembre de 2013

La edad de la razón


     Hace un par de meses a mi hijo el mayor se le cayó el primer diente. En los tiempos de mi abuela a eso se le llamaba “la entrada al mundo de la razón”. Momento característico de los niños de seis-siete años que comienzan a tener un pensamiento reflexivo mucho más profundo.
    Mi hijo me nació filósofo.  No cumplía los tres años cuando en un trayecto en autobús de casa al cole, una señora intrigada se acerca y me pregunta por la edad de Iker. “Dos años”, respondí. Entonces me dijo con un tono indefinido: “está muy chico para discutir”. (Discutir en España es sinónimo de dialogar o hablar con argumentos). No supe si me auguraba un futuro complejo o alababa las capacidades lingüísticas de mi primogénito. Ese momento quedó grabado.
     Conforme Iker fue creciendo sus argumentos se volvieron más contundentes. Con apenas 7 años devora más libros que un adolescente avanzado. Siempre tienen las palabras correctas (un extenso vocabulario) y en ocasiones resulta complicado cuando me sale la madre tradicional que no desea debatir ideas que puedan contrariar las indicaciones.
     Así que cuando se le cayó su primer diente, mi hijo ya era todo un filósofo.
     Esta mañana –ya sin su tercer diente, caído por un accidente futbolístico-, mientras lo acompañaba en su preparación para la escuela, me dijo con seriedad: “No sé que me pasa en la cabeza, tengo una idea y sé que es correcta, pero luego me viene una voz por dentro que me dice que tengo que pensar en otra forma o hacer algo que no estoy de acuerdo”.
     En ese momento me vino la idea de Edgar Morin (y otros filósofos de la antigüedad) que nos invitan a pensar en la complejidad del ser humano. La dualidad entre ser trabajador y holgazán, razonador y locuaz, serio y juguetón, económico y derrochador… 
     Primero le tuve que explicar que eso que le sucede no es una enfermedad, que a todos los seres humanos nos pasa aunque muchos no estén consientes de ello. Después agregué: ¿y tú que piensas? Se quedó pensativo y me respondió: “que tengo que aprender a tomar decisiones”.
     Así es, pensé consiente de que muchas veces tomará decisiones acertadas y muchas veces no. Pero ambas serán aprendizaje. Ambas forjarán su carácter. Ambas lo guiarán en su vida. Mi niño ya entró a la edad de la razón.

martes, 9 de julio de 2013

Curso de verano en casa

No recuerdo haber estado nunca en un curso de verano cuando niña, de hecho fui pionera en este prominente negocio hace ya 20 años cuando ganaba mis primeros sueldos nada más salir de la escuela secundaria.

Lo hacía por gusto, ni siquiera me pasaba por la cabeza la idea de que con el paso de los años las madres pondrían a sus hijos en lista de espera para talleres de tan amplia variedad.
Cuando era niña las vacaciones pasaban con calmada lentitud. Saboreábamos el pasar de las horas jugando, visitando a los abuelos, viajando trayectos de hasta un día, para llegar a la playa, todo eso sin dvds en el coche ni juegos electrónicos portátiles.
Hoy muchas mamás parecen urgidas; mal salir de la escuela ya están buscando otro espacio para depositar a sus hijos. Muchos de ellos continúan en su misma escuela cursando extensiones de su ciclo escolar.
Algunos padres lo hacen porque ambos trabajan, otros simplemente porque no saben convivir con sus hijos.

Para los primeros, mi absoluto respeto y comprensión. Para los segundos, esto es sólo una invitación.
Nada más salir de vacaciones, mis hijos y yo (tres y siete años), elaboramos un plan. Todo comenzó con una larga lista de “cosas y proyectos que me gustaría realizar”. Revisamos todos los libros de actividades, de ciencia, de manualidades y seleccionamos los que más nos interesaron.
Elaboramos un horario en donde definiríamos las horas de proyectos, trabajo comunitario, ejercicio, jardín, comidas y aseo.

Decidieron también que querían trabajar para sacar dinero y elaboramos una lista de cosas que podíamos hacer para vender.
El verano apenas comenzó, pero el tiempo que hemos pasado juntos trabajando ha sido de gran valor. Noto que nuestros lazos de amor se fortalecen y observo cómo mis niños crecen en experiencia y alegría.

Los invito a que por lo menos planifiquen unos cuantos días de verano en casa juntos, desde reacomodar los juguetes hasta jugar juegos de mesa.
Que tengan lindas vacaciones.

sábado, 18 de mayo de 2013

Disciplina como voluntad

Si una madre o un padre se proponen encontrar un libro en donde se exponga con claridad el tema de disciplina interior, lo van a tener difícil. Lo que seguramente encontrarán serán libros de cura instantánea a males emergentes en las familias y escuela: ´Cómo parar una rabieta´, ´Mi niño no me deja dormir´, ´La batalla diaria en la mesa´, ´El terrible momento de los deberes´. Títulos que francamente asustan pero que me permite describir con claridad la hipótesis que vengo sosteniendo desde hace tiempo: enseñamos a nuestras niñas y niños que la disciplina es algo que se aplica para regular un mal comportamiento, y no lo que realmente es, una fortaleza interna para actuar de manera libre y responsable.
Cuando aplicamos castigos como ´si no comes no salimos al parque´, lo único que estamos enseñando es a actuar por miedo, y más tarde pensará: ´no aparco en el paso de cebra porque me multan´. Lo ideal sería enseñarlos a pensar: ´aparco en el lugar que me corresponde para que los peatones puedan transitar sin problemas´. Ese pensamiento es propio de un ciudadano con alto grado de autocontrol y responsabilidad. Si nos damos cuenta el problema real de la disciplina no está en la incapacidad de asumir las normas, sino en la imposibilidad de comprender que en mi libre actuar puedo acarrear consecuencias graves para mi persona, el planeta y sus habitantes.
Cuando María Montessori, que era italiana, se planteó este problema tan latino, decidió que lo mejor que podía hacer era evitar mencionarlo. Erradicó de su modelo educativo todo aquello que tuviese relación con las formas autoritarias o paternalistas de disciplina, aquellas que depositan el control del individuo en los agentes externos como el miedo o el castigo y, a diferencia de todos los modelos educativos existentes, optó por acercarse al modelo oriental de disciplina interna que se engloba en una palabra inglesa muy corta pero muy profunda: “will”: voluntad, albedrío, posibilidad de ser.
Al realizar sus observaciones notó que los niños y niñas poseían una capacidad innata para auto controlarse cuando estaban concentrados en su trabajo y a partir de allí escribió una de sus máximas: ´el control del grupo se logra sólo a partir del trabajo´. Ideo entonces cinco estrategias para niñas y niños de cero a cinco años, que siguen siendo las bases de la disciplina en el método, y cuyo fin último es el de ayudar a florecer las actitudes y aptitudes propias de un buen ciudadano y lo que es aún mejor, de una buena persona. Son sencillas estrategias que pueden aplicar en casa y que van fortaleciendo el autocontrol físico, mental, emocional, social y espiritual (entiéndase como sentido de armonía con el universo).
Control del movimiento: Es necesario que el espacio en el que se va a producir el maravilloso milagro de caminar, esté adecuado para ellos. Guarden durante unos meses –no es más- todas las cosas rompibles y asegúrense de que las esquinas estén protegidas. Es todo. A girar, arrastrarse, trepar, gatear, caminar, correr, saltar... Está probado que los niños que han pasado su infancia entre las rejas de la cuna o la andadera tienen una visión limitada del espacio y sufren problemas relacionados con la distorsión de la realidad como equilibrio, coordinación, etc., sin mencionar los problemas emocionales. Nuestro papel es sólo el de ser acompañantes y vigías, pues aún no son capaces de alertar con precisión el peligro.
Delimitación espacio temporal: Es nuestro deber presentar a los niños y niñas un universo basado en el orden, para ello es necesario que identifiquen desde su nacimiento los límites físicos del espacio y tiempo, y por ende las normas para desenvolvernos dentro de ellos. Marcar continuamente dónde se come, a qué hora se duerme, qué sigue después del baño, en dónde pongo la ropa sucia. Ser consistentes en esto y procurar no confundir a los pequeños. Esto permitirá más tarde asentar los límites del comportamiento. Den largos paseos por el parque (andando) y muéstrenles las normas del peatón, por ejemplo.
Seguir de indicaciones: Los menores de cinco años aún no interiorizan el significado de la norma, pero sí son capaces de seguir indicaciones. Es por ello que, además de hablarles con propiedad y cortesía (usen siempre el gracias y el porfavor), hay que ser claros, concretos y muy breves en las indicaciones: ´A dormir´, ´ordena tus juguetes´. Me hacen mucha gracia los papás que en lugar de indicar les preguntan a sus hijos en el parque: ´¿nos vamos a casa?´ y luego se molestan cuando ellos, tirándose del tobogán y divertidos de lo lindo, responden que no. Si al niño desde pequeño se le dice de manera contundente, convincente y mirándole a los ojos: ´Nos vamos a casa´, el niño aprende que debe hacerlo. La obediencia es una virtud cuando no existe el factor del miedo. Evítense las explicaciones largas, antes de los cinco años no hay gran posibilidad de negociación, lo único que pueden hacer es recordar que es la hora del baño y que volverán otro día. No más.
Vida práctica: la responsabilidad es parte de la disciplina interna, es por ello que antes de los seis años se debe asumir con normalidad las labores que les corresponden por el mero hecho de vivir en una comunidad: recojo los platos sucios, ayudo a preparar la merienda, hago mi cama, guardo mi ropa. Los niños en las escuelas montessori realizan labores conocidas como ´vida práctica´. Aprenden a poner la mesa y a servir agua desde los dos años. Barren, limpian la pizarra. Y todo entendido desde la óptica de la colaboración. Nadie se queja.
Gracia y cortesía: Dar las gracias, pedir las cosas por favor, hacen al ser humano más concientes de la interdependencia. Todos nos necesitamos.
Y recuerden que no hay nada más efectivo que el ejemplo. Si los niños y niñas notan que nos tomamos nuestro tiempo para separar la basura y les explicamos lo importante que es hacerlo, ya estamos formando personas con una disciplina interna maravillosa. Los niños y las niñas deben asumir que la norma se sigue por un bien común. Ahora, si se toman en serio este proyecto, les aseguro que no tendrán que comprar libros para disciplinar al adolescente, explicar un divorcio, obligar a comer o enseñar a compartir; porque un niño que sabe guiarse por su voluntad (guía interna, decía María Montessori), no necesita explicaciones, lo entiende todo.

En el planeta florece respeto

`El futuro está en los niños´ es el slogan más popular entre aquellos que delegan la responsabilidad de cambio a las generaciones venideras. Y yo estaría de acuerdo con él si a partir de hoy los adultos asumimos que el cambio que tanto necesita nuestro planeta y nuestra especie, se gesta sólo si somos capaces de dar ejemplo de respeto, bondad y fraternidad.
Es con los pequeños detalles, con las acciones más sencillas, tales como el tono de voz, el respeto que mostramos a los demás seres humanos y al planeta, la forma en la que nos movemos o administramos nuestros bienes, el cuidado que ponemos en la selección de programas de televisión que entran al hogar o la elección de de los alimentos nutritivos que ofrecemos a nuestra familia, como se genera impacto en los niños y las niñas.
Quizá muchos no seamos conscientes de ello, pero la mayoría de nuestras acciones diarias contribuyen en el deterioro de nuestro planeta, desde la compra de productos elaborados en países en donde no se regula a las industrias, hasta el hecho de no cerrar una puerta correctamente durante el invierno. Y no se trata de sentirnos culpables todo el tiempo, sino de generar una conciencia ecológica que nos haga corresponsables.
Aquellos que intentan vivir de manera ecológica reconocen que es muy complicado ser verde en todos los aspectos. Tengo unos amigos que viven en el campo en casas ecológicas y aunque eso implica un alto consumo de gasolina para desplazarse a los pueblos más cercanos para realizar actividades cotidianas (trabajo, escuela, mercado, etc.), su forma de vida les ha llevado a ejercer una conciencia que les hace pensar dos veces antes de tomar el coche; antes de ello preguntan a sus vecinos si les hace falta algo del pueblo o si tienen aquello que necesitan. Por lo demás llevan una vida ecológica: dan los sobrantes de la comida (lo no comestible por el humano) a los pollos y conejos –que por cierto crecen de manera sorprendente y muy sanos-, hacen compostas para abonar sus olivos y para preparar la próxima siembra. Son cuidadosos de no generar mucha basura y aprovechan al máximo lo que llega a sus hogares. Tienen paneles solares con medidores visibles que les recuerdan -en los días nublados- si pronto llegará la hora de encender las velas. Por lo mismo son cautelosos. Los aparatos como la tele o el ordenador se reservan para las horas del día con más sol y evaden los calentadores eléctricos en épocas de invierno. En su lugar, enormes chimeneas calientan el hogar y procuran aislamiento del exterior: puertas cerradas y ventanas con cintas especiales.
Este es un ejemplo de un hogar sano, pero lo más interesante de todo ello es lo que de verdad impactará al mundo: hijas e hijos con un amor enorme por la tierra y por sus habitantes, que cuidan de su cuerpo con alimentos sanos y de su mente con actividades tan nutritivas como la lectura, la caminata, el cuidado de los animales y el trabajo en la tierra. Niños y niñas con un espíritu de armonía y paz.
Sé que para muchos de nosotros resulta imposible concebir esta forma de vida –no por poco deseable sino por que nuestras profesiones nos atan a la ciudad- y creemos que eso nos aleja de la posibilidad de llevar una vida verde. Pero no es así. Hay muchísimas cosas pequeñitas que se pueden hacer para reducir el impacto negativo que provocamos a nuestra madre Tierra. Pero insisto, lo más importante es que cuando lo hagamos aprovechemos la ocasión para potenciar en nuestros hijos e hijas el amor por su planeta.
Otorguen tareas como el reciclaje de plásticos, papel y vidrio a los más pequeños, a ellos les encanta colocar cada residuo en el basurero que corresponde; deleguen comisiones de cuidado de agua, electricidad y gas a cada uno de los miembros y ofrezcan una gratificación (coherente y prudente) a aquél que logre reducir el mayor gasto con respecto al recibo anterior. Así quien esté al cargo de la electricidad cuidará que no haya aparatos encendidos en modo de espera, que una luz se quede encendida, que la tele pase más de dos horas al día activa y que la secadora no se use en días de sol. A quien le corresponda la comisión del agua recordará a todos que las duchas tienen que ser rápidas, que el lavavajillas sólo puede encenderse una vez al día y en modo ´eco´, que las plantas se riegan al ocaso y que la lavadora sólo debe encenderse cuando esté a su máxima capacidad. El gas se cuida verificando que los grifos no estén apuntando hacia el modo “caliente” y que la salida del agua del calentador no esté al máximo. Para calentar la casa –ya sea con gas o con electricidad-, la mejor manera de ahorrar es impedir la entrada de corrientes frías (aislantes de puertas y ventanas) y cerrando las habitaciones que no se están usando, así la casa se calienta más rápido y se mantiene caliente aún cuando se apagan los calentadores. A aquellos que usan calefacciones generales, cierren las salidas de aquellas habitaciones en desuso y nunca suban la temperatura más allá de los veintiún grados, que para calor, está el verano.
La mayor contaminación del hogar la producen los productos de limpieza, hay muchos productos que podemos realizar en casa con vinagre, jabón natural y limón y, que además de eficientes, son muy baratos. En la página de Ecologistas en Acción nos informan cómo hacerlo, es química sencilla que se puede hacer con los jóvenes adolescentes del hogar.
Si ustedes muestran amor por el planeta lograrán que florezca el amor en sus hijos. Y a respirar aire puro que está demostrado que eso produce felicidad.

Pasos hacia una disciplina positiva

Una de las mayores preocupaciones de los padres continúa siendo la formación disciplinaria de los hijos. Y es que la disciplina centrada en la sumisión y obediencia ciega que funcionaba hace una o dos generaciones ya no responde a los modelos actuales. La rigidez de los sistemas políticos o religiosos que en antaño marcaban con claridad los ejes de autoridad absoluta, afortunadamente hoy son rechazados en las sociedades democráticas. Creemos (al menos en teoría) en la libertad de pensamiento, en el diálogo y en el consenso. Sabemos que la negociación es necesaria para lograr beneficios individuales y comunitarios.
Sin embargo, cuando me entrevisto con algunos padres y madres, muchos de ellos se muestran frustrados por que su sistema de disciplina no funciona en casa; recurren a la experiencia personal para comparar cómo es que en sus años de infancia la autoridad paterna era irrevocable: “cuando papá llegaba a casa, no había más ley”. “Con un bofetón era suficiente para no volver a levantar la voz a mi madre”. Es decir, en la práctica diaria, y a puerta cerrada, muchos hogares pretenden seguir siendo pequeños cotos ´dictatoriales´. A todos esos padres les recuerdo que el someter a los niños al condicionamiento del castigo o el miedo, además de generarles un efecto dominó negativo en el plano emocional y espiritual, les impide comprender que las consecuencias suceden como resultado de las decisiones que ellos toman.
Durante más de dos mil años (sin ir más allá), el pensamiento occidental se encargó de promover una terrible disciplina en la cual el control del individuo se debía depositar en un agente externo. Una idea que lamentablemente se sigue reproduciendo en la escuela tradicional y en muchos hogares. Hoy se sabe que la verdadera disciplina se acerca al pensamiento oriental que enseña que cada persona es capaz de controlar su vida en el plano físico, mental, espiritual y emocional, así como en el autocontrol de la normativa del mundo social. Estamos hablando de un trabajo profundo que se inicia desde el día en que el ser humano sale del vientre materno y culmina una vez que esta persona asume que la libertad debe ir siempre ligada a la responsabilidad.
Hace poco un amigo me preguntaba, en referencia a la educación de sus dos hijas pequeñas, que a qué edad se debe comenzar a negociar con los niños. Es claro que su proyecto educativo familiar busca ser horizontal (todos se tratan como iguales), pero él, al igual que muchos otros padres, teme (y es natural) que su idea de democracia familiar se desborde en un estilo de disciplina permisiva que puede ser tan dañina como la de la rigidez absoluta. Hablaríamos entonces de pequeños dictadores con padres a su servicio. Como verán, son dos aspectos que hay que tener en cuenta cuando nos planteamos el modelo de disciplina que queremos manejar en casa.
Para comenzar me gustaría defender que la clave de una buena disciplina en casa está en el amor que profesamos a nuestros hijos por el mero hecho de ser; pues la base de la disciplina con dignidad está en el respeto y por ello debemos evitar poner expectativas o etiquetas y mantenernos abiertos y flexibles a los intereses que vayan mostrando cada día. Todos conocemos casos de niños que nacen con el uniforme de un equipo de fútbol puesto, una carrera vislumbrada, una personalidad deseada, niñas que pasan su infancia como modelos o cumpliendo el sueño de la madre de ser cantante o bailarina. Algunos seres humanos tenemos el terrible defecto de amar a las personas por lo que van a llegar a ser y dejamos de disfrutar su bella naturaleza. Y cuando hacemos eso entramos en el mundo de la coacción y esclavitud, y en ese territorio no cabe el respeto.
A otros tantos nos encantan las comparaciones. Y créanme que no hay nada más triste que ver a una mamá o a un papá desilusionado porque su hija no está cumpliendo sus expectativas o no se parece a su hermana mayor. Y lo que es aún peor, etiquetándolos de ´malos´ porque no responden a un sistema de normas ilógicas que ellos mismos les han impuesto. Los niños no deben ser tratados cual objetos moldeables sino como Individuos en desarrollo.
Todos sabemos que es imposible hacer un proyecto (de cualquier índole) sin antes tener un panorama claro de la situación. Lo mismo sucede con los niños. Es necesario observar con profundidad las características de nuestros hijos y pensar en sus inclinaciones, necesidades y formas de aprender el mundo. Porque, vuelvo a repetir, cada hijo, cada hija, es un ser individual y no podemos pensar que el proyecto familiar va a funcionar de la misma manera para todos.
Así pues, el proyecto educativo en casa (en el que se incluye la disciplina) debe ser como un bambú: fuerte y flexible. Fuerte en el sentido de que debe estar sustentado en valores inquebrantables como los son el respeto, la armonía, el cuidado por el otro, la cooperación, la solidaridad, la interdependencia, el diálogo… y flexible sobre todo en el entendimiento de que las diferencias requieren un trato especial, de que la tolerancia ayuda a reconocer que el otro es valioso aún cuando no comparta del todo su visión del mundo y de que las emociones a veces nos llevan a reaccionar de maneras distintas.

jueves, 14 de marzo de 2013

Mejor abro las ventanas




El calor de invierno se debe a la posición que el sol tiene con respecto a la tierra durante esta estación; sus rayos caen en diagonal y su espectro de calor es más amplio, sin embargo si estás en la sombra al aire libre, notarás como un viento fresco  baja desde el norte.


En León ese viento aparece casi todo el año. A mi me gusta abrir las ventanas y dejar que me refresque. Nunca prendo el aire acondicionado, ni en el estacionamiento ni mucho menos cuando manejo con mis hijos.

Te voy a compartir dos buenas razones para no usarlo:

Lo que pasa dentro de un coche con aire acondicionado: Aspersor de enfermedades

Los médicos aseguran que las principales causas de enfermedades como rinitis alérgica y neumonía, empeoramiento del asma, gripes y resfriados, bronquitis, faringitis y afonía, son los bruscos cambios de temperatura a los que sometemos a los niños (vienen calientitos del colegio y los metemos de golpe a un refrigerador) y por la cantidad de hongos, bacterias y virus que se encuentran en los aires acondicionados. El aire acondicionado es también aspersor de elementos tóxicos procedentes del exterior o suspendidos en el aire de viviendas y oficinas.

Nuestro clima se seco y el aire acondicionado lo reseca aún más, lastimando los ojos, nariz, garganta o generando afecciones en la piel.

Y, aunque no es muy común, puedes tener en cuenta que también provoca problemas musculares como: tortícolis, dolor en la zona cervical, lumbalgia.

Lo que pasa fuera de un coche con aire acondicionado: Agotador de la Capa de Ozono

El factor principal para el agotamiento de la capa de ozono son las moléculas formadas por elementos como CLORO-FLUORO-CARBONO o HIDRO-FLUORO-CARBONO que son liberadas por los  refrigeradores, aires acondicionados, espumas plásticas, extintores de incendios y latas de aerosol.

Es una verdadera pena que para refrescarnos estemos calentando el mundo. Pero lo peor es que en 30 años nuestros hijos tendrán que lidiar con temperaturas de hasta 50° centígrados como consecuencia de nuestra irresponsabilidad.

Te invito a dejar que el viento corra por tu casa, por tu coche. Basta con abrir ventanas y puertas para que el viento juguetón nos refresque la vida. Y si por algo no circula, siempre está el abanico que podemos guardar en la guantera del coche.

Los niños y el planeta te los agradecerán, además de que darás un bello ejemplo de vida a tus hijos.

El espacio ordenado también educa




Cuando mi primer hijo nació me inquietaba el hecho de no tener nada para su cuarto, pero algo me decía que así debía ser, que su habitación iría creciendo de acuerdo a sus necesidades. Así pues me preparé con un bellísimo libro montessoriano que me regaló una generosa amiga. “Montessori from the start”.
La habitación propuesta consistía en un futón a ras del suelo, un cojín con forma cilíndrica y un móvil en blanco y negro. No había cuna y por ende no había barrotes. Y tampoco cambiador a pesar de la cara de sorpresa de mis amigas que hasta calentadores de toallitas húmedas habían comprado. Sólo una repisa de nichos con canastos en donde su ropita se ordenaba de acuerdo a sus funciones. Encima de ella un reproductor de Cds y un canasto con álbums de música clásica.
Conforme fue creciendo, agregué un espejo en la pared, allí pasaba largas horas mi chiquitín descubriendo su cara, sus gestos, su cuerpo. También observaba las luces de colores que refractaba un móvil hecho con cristales cortados en formas de prisma. Descubría los contrastes, el color, las luces, el movimiento.
Cuando comenzó a arrastrarse notó que el mundo no tiene límites. Bajaba solo de su futón para arrastrarse por su habitación, poco a poco fue explorando los confines de su hogar. Entonces coloqué varias imágenes plastificadas a la altura de sus ojos, no más de 10 centímetros del suelo. Veía obras de Van Gogh, Monet, Chagall, durante largo rato. En ese entonces también coloqué un canasto lleno de sonajas y otros instrumentos de percusión a los que acudía con frecuencia para sorprenderse con los sonidos.
Cuando comenzaba a gatear colocamos un toallero a 50 cm del suelo, en donde solía balancearse y jugaba a estar de pie. Descubrió que había otra dimensión. Entonces subimos las imágenes (que ya eran otras), a su nueva altura. Caminaba poniendo sus manitas por todas las paredes de la casa. Por supuesto no había nada que nos preocupara pudiera romper. En el librero familiar ya habíamos colocado en el primer estante todos sus libros y sabía que podía tomar todo lo que quisiera, pues nuestro interés primordial era permitirle que explorara el mundo.
Comía en una pequeña mesa con su silla a su medida, en esa mesa se sentaba a colorear y a trabajar con material sensorial creado en casa. Sus días transcurrían con absoluta normalidad, en casa no había reglas, la disciplina la generaba el orden.
Hoy mis niños tienen tres y siete años y conciben el movimiento como algo natural en la casa. Todo sigue estando a su altura, especialmente en sus espacios de recreación y descanso, en el que los juguetes están clasificados por ellos mismos en diferentes canastos, el de los coches, los superhéroes, los instrumentos, los bloques de construcción, etc.
El que ellos puedan acceder a su ropa, a la vajilla, a los libros, les permite ser autónomos, ordenados, colaboradores y cultos. Toda una preparación que muchos padres dejan para después. Si tan solo supieran que basta un espacio ordenado para ordenar la mente y ejercer la voluntad.