Hace un par de meses a mi hijo el mayor se le cayó el primer
diente. En los tiempos de mi abuela a eso se le llamaba “la entrada al mundo de
la razón”. Momento característico de los niños de seis-siete años que comienzan a tener un pensamiento reflexivo mucho más profundo.
Mi hijo me nació filósofo.
No cumplía los tres años cuando en un trayecto en autobús de casa al
cole, una señora intrigada se acerca y me pregunta por la edad de Iker. “Dos
años”, respondí. Entonces me dijo con un tono indefinido: “está muy chico para
discutir”. (Discutir en España es sinónimo de dialogar o hablar con argumentos).
No supe si me auguraba un futuro complejo o alababa las capacidades lingüísticas
de mi primogénito. Ese momento quedó grabado.
Conforme Iker fue creciendo sus argumentos se volvieron más
contundentes. Con apenas 7 años devora más libros que un adolescente avanzado.
Siempre tienen las palabras correctas (un extenso vocabulario) y en ocasiones
resulta complicado cuando me sale la madre tradicional que no desea debatir
ideas que puedan contrariar las indicaciones.
Así que cuando se le cayó su primer diente, mi hijo ya era
todo un filósofo.
Esta mañana –ya sin su tercer diente, caído por un accidente
futbolístico-, mientras lo acompañaba en su preparación para la escuela, me
dijo con seriedad: “No sé que me pasa en la cabeza, tengo una idea y sé que es
correcta, pero luego me viene una voz por dentro que me dice que tengo que
pensar en otra forma o hacer algo que no estoy de acuerdo”.
En ese momento me vino la idea de Edgar Morin (y otros
filósofos de la antigüedad) que nos invitan a pensar en la complejidad del ser
humano. La dualidad entre ser trabajador y holgazán, razonador y locuaz, serio
y juguetón, económico y derrochador…
Primero le tuve que explicar que eso que le sucede no es una
enfermedad, que a todos los seres humanos nos pasa aunque muchos no estén
consientes de ello. Después agregué: ¿y tú que piensas? Se quedó pensativo y me
respondió: “que tengo que aprender a tomar decisiones”.
Así es, pensé consiente de que muchas veces tomará
decisiones acertadas y muchas veces no. Pero ambas serán aprendizaje. Ambas
forjarán su carácter. Ambas lo guiarán en su vida. Mi niño ya entró a la edad de la razón.
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