martes, 6 de abril de 2010

La mente absorbente aparca en la guarde

Dentro del proyecto montessori, al periodo que corresponde a los niños y niñas menores de seis años se le conoce como el de la mente absorbente. Seis años importantísimos en los cuales se gesta la personalidad, es decir, la forma en la que aprende a ser, a hacer, a aprender y a convivir. Durante esta etapa el infante elabora, a pasos agigantados, un mapa sensorial del mundo. Aprende a reconocer olores, texturas, sabores, formas, colores, sonidos, etc. Comienza a imitar el comportamiento social de los adultos y aprende o trasgrede (según el comportamiento de los progenitores) las normas que nos rigen. Comprende que todo se rige por los parámetros del espacio y tiempo, es decir, todo es medible, cuantificable, todo se puede ordenar y tiene secuencias y consecuencias lógicas. Demuestra una inclinación por el trabajo, le gusta colaborar en casa; para él lavar los platos, barrer la casa, limpiar los cristales, es mucho más divertido y emocionante que un juguete lleno de luces y sonidos. Si nosotros como padres y madres observamos todas estas características sabremos que si sacamos provecho de este saber imitar y trabajar, podremos encaminarlos hacia el mundo del buen comportamiento y de la disciplina positiva.
Sin embargo durante mucho tiempo nos han hecho creer que no es sino hasta los seis años cuando debe arrancar la educación formal de los niños. Es por ello que miles de guarderías no se ocupan de guiar al niño en el mundo social y los dejan a merced de sus instintos de sobrevivencia en un mundo carente de orden. Los invito a visitar estos lugares en donde juguetes se apilan en cestos gigantes, en donde las estanterías están en lo alto para que los niños no alcancen las cosas, en donde la única rutina es jugar y pintar sin salirse del dibujo impreso y en donde una sola maestra está a la merced de las necesidades primarias de veinte chiquitines.
Lo que el niño menor de seis años necesita es precisamente lo contrario. Requiere de un espacio ordenado en el cual pueda explorar y experimentar el mundo: a qué sabe esto, a qué huele lo otro, qué es más pesado, cómo se puede organizar por colores, qué maraca suena más fuerte, que música tiene un ritmo más rápido.
Pero para ello se requiere de un adulto (por cada 12 niños) que conozca a la perfección la línea del desarrollo de sus alumnos y se centre en preparar un proyecto en el cual todas estas habilidades y actitudes se desarrollen. Tiene que estar preparado para ser un guía en la etapa más sensible y aprehensible. Si es creativa y paciente sabrá enseñarlos a hacer las cosas por ellos mismos y en breve tendrá un pequeño microcosmos de una sociedad civilizada.
Lo mismo los padres y madres. Pero la tristeza me invade cuando me doy cuenta que el sistema en el que vivimos obliga a los progenitores a depositar a sus hijos e hijas más pequeños en lugares que les resulten cercanos o cómodos, que nos les quiten más tiempo. Y que encima no tienen fuerza y creatividad para planificar actividades que les permitan desarrollarse. Les servimos la comida o los cambiamos de ropa con rapidez porque no hay tiempo para supervisar a una niña de dos años quitándose con cautela la pijamita o vigilar la forma en la que salta el chiquitín de año y medio antes de salir a la calle.
Muchos docentes están levantando la voz para que las autoridades se enteren: esta etapa requiere de especial cuidado. No desean que su trabajo se reduzca al de ser asistentes sociales ni que sus aulas se conviertan en aparca-niños. No quieren que sus proyectos se vean opacados por la emergencia, con todo el riesgo que esto implica (físico, mental, emocional, social). Y sobre todo no quieren que sus alumnos y alumnas pierdan los mejores años para absorber un mundo de sensaciones e informaciones vitales para el resto de su vida. Pero las voces de muchos padres siguen acalladas. Lamento decirlo, pero hay una sensación por parte de los profesionales de la educación de que el compromiso de la familia es cada día más laxo; muchos de ellos se sienten solos y abandonados.
Hoy los vuelvo a invitar a voltear hacia abajo, a mirar con detenimiento, a observar la grandeza de cada niño, de cada niña. No permitan que les engañen ni permitamos engañarnos. La función de la educación (padres, madres y docentes) ser una ayuda para la vida. Si en algún momento perciben que en los centros de enseñanza en lugar de educar adoctrinan o que sus hijos e hijas en lugar de aprender a aprender memorizan, levanten la voz. Todos somos corresponsables en esta tarea de aprender a ser buenas personas.

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