jueves, 13 de mayo de 2010

Iker va al mercado



El aprendizaje significativo conlleva un compromiso fuerte por parte de todos los adultos que intervenimos en la educación de los infantes. No es algo complicado, es simplemente situar y experimentar lo vivido durante las horas de cole ya sea en casa o en cualquier otro sitio extraescolar.
Recuerdo que en mi escuela primaria invariablemente, al iniciar el trimestre, escribíamos el dictado del que sería el temario de unidad: “El reino animal”, poníamos con nuestros primeros garabatos, para enseguida especificar los objetivos y los subtemas. Algo se quedaba de esa escucha que luego se reproducía de manera libre en el dibujo que representaba a aquél nuevo tema.
Mis padres revisaban cautelosamente lo que allí escribíamos y hacían hincapié a la hora de la comida en repasar lo visto en la escuela, no con la intención de evaluar sino con la curiosidad de quien se muestra interesado por tu saber. “¿qué has aprendido hoy en clase?”. Esos pequeños saberes adquirían otra dimensión cuando en el huerto de casa buscábamos bichos o cuando con el jardinero recogíamos las hojas amarillentas que marcaban el otoño.
El paso del líquido a gaseoso se vería reflejado en una serie de cubitos de hielo de infusión de flor de jamaica que luego saboreábamos para apalear el calor de verano y durante las granizadas recogíamos hielo para comprender la condensación del agua en las nubes y su veloz desprendimiento al paso de una ola de calor. Mi padre, experto en las áreas de física y matemáticas no perdía la ocasión para hacernos comprender que la velocidad es el resultado de la distancia entre el tiempo. Así durante los viajes contábamos los kilómetros marcados en los pibotes de la carretera siempre pendientes del reloj. Mi madre por su parte afirmaba que la cocina era el mejor laboratorio de química y física de nuestra casa, aún cuando la catástrofe nos llegaba porque la olla Express reventaba.
Nuestro hijo tiene la fortuna de aprender en una escuela en donde se le da absoluta importancia al aprendizaje in situ. Esta mañana, de la mano de su padre y de sus pequeños compañeros, Iker asistió al mercado. Allí observaron lo que durante la semana se ha trabajado en clase: La importancia de las profesiones, la cadena del comercio, el valor del trabajo.
Invito a todos los adultos a ser partícipes de este diario descubrimiento del mundo. Que cuando nuestros hijos nos digan: “hoy hablamos de los seres inertes” no nos quedemos quietos sino que salgamos al parque a recolectar tierra y piedrecillas, y hablar sobre lo animado, lo inanimado, lo que nace, se reproduce y se muere, lo que se modifica, lo que permanece… todo un mundo de conocimiento que puede hacer nuestro día verdaderamente apasionante.

sábado, 8 de mayo de 2010

Desarrollo de la autonomía del ser

El niño nace sin un patrón establecido de comportamiento que le permita reconocer las necesidades básicas de sobrevivencia; sus opciones en este sentido están limitadas.
La primera pregunta que los padres y maestros debemos ayudar a responder a los recién nacidos sería: “¿Qué es lo que me rodea?”. Su respuesta estará estrechamente vinculada con el desarrollo de las capacidades de exploración, orientación y orden.
Si se dan cuenta, no estamos hablando de dar respuestas conceptuales sino de prepara un espacio que le permita al infante experimentar los retos necesarios para que se vaya construyendo un mapa mental externo, al tiempo que desarrolla de manera interna el sentido de la dirección, distancia, tiempo y secuencia.
Una niña que ha sido bien acompañada por sus padres y otros mediadores del aprendizaje con seguridad llegará a los dos años con estos conceptos introyectados. No estoy hablando de leer el reloj, sino de comprender el orden externo de su mundo, dónde se encuentran las cosas, incluso reconocer un camino habitual a casa y señalar con certeza lo que ocurrirá después.
Pero lo más sorprendente es que internamente se está gestando algo maravilloso que está ligado al mundo emocional. Esta pequeña está experimentando la sensación de seguridad al percibir que la comida llega a la misma hora, que el baño se repite día a día, que antes de dormir se lee un cuento; además disfruta de la capacidad de ser autónoma al lavarse los dientes, quitarse el pijama o cortar con un cuchillo especial la manzana que va a merendar. Y por si fuera poco se inserta en el mundo social al colaborar recogiendo la mesa, poniendo su ropa sucia en el cubo y emparejando los calcetines limpios con papá antes de ir a dormir. Esto lo puede hacer cualquier niño de dos años que goce de todas sus capacidades, insisto, siempre y cuando cuente con unos padres que estén dispuestos a acompañarla y le hayan preparado el espacio adecuado para el aprendizaje.
El futuro de un niño que durante los tres primeros años de su vida se le retiene en un carrito, sillita, cuna o andadera, se le viste con ropa incómoda diseñada para muñecos de porcelana o personas adultas, se le habla con onomatopeyas y palabras cortadas como si estuviera mentalmente limitado para comprender, se le prohíbe tocar los objetos que están en casa y se le entretiene en una guardería rompiendo y desordenando juguetes, será muy diferente. La imposibilidad de experimentar el mundo le atrofiará en breve su capacidad natural de comprender lo que le rodea.
Los niños de 0 a tres años van experimentando el mundo concreto a través de sus sentidos y aprenden a reconocer sus características más palpables: formas, tamaños, colores, variaciones, olores, temperaturas, etc. Los papás y guías debemos apoyar enfatizando cada situación que le acerque al objeto de estudio haciendo siempre uso del vocabulario adecuado: “huele a pan”, “que grande está ese árbol”, “uy, que frío hace por la mañana”. Son cinco los aspectos que hay que reforzar en esta etapa de descubrimiento sensorial: manipulación, repetición, exactitud, control del error y perfección o maestría.
Una vez superada esta etapa (entre los dos y tres años) el niño comienza a cuestionar lo que no se puede percibir con los sentidos. Antes se creía que no era sino hasta los tres años cuando los pequeños se adentraban en el mundo del cuestionamiento, pero los que disfrutamos observando y registrando su desarrollo dentro de un ambiente preparado, hemos detectado niños de dos años que logran formular la pregunta de ¿qué es eso?, y los hay quienes llegan hasta cuestionar la causa con un simpático y retador ¿porqué?
Es entonces cuando se incluyen en el vocabulario palabras como el también, tampoco, nada o último. Y otras aún más complejas como querer, miedo, alegría, enfado, tristeza. Palabras vinculadas a las emociones que va viviendo y asocia a un nombre con la ayuda del adulto.
Pero hay un tercer grupo de conceptos que están relacionados con el mundo de la convivencia, sociabilidad y, me atrevo a incluir, religiosidad (que no es lo mismo que espiritualidad). Son una serie de normas impuestas por un grupo de individuos que nos indican cómo se debe vivir y convivir. Estas son tan vulnerables que han provocado muchos conflictos mundiales por la reinterpretación que cada cultura les da. Si todos los terrestres entendiéramos los términos de justicia, libertad, igualdad o respeto de la misma manera, hace mucho que nos ocuparíamos de cuestiones más trascendentes como el cuidado de nuestro planeta.
Por lo general estas normas no se memorizan, sino que se interiorizan con la convivencia diaria. Si papá minimiza a mamá, se habla a gritos en casa o los padres se dedican a servir a los hijos, el niño aceptará este modelo de convivencia sin ser capaz de juzgar si es bueno o malo. El problema surge cuando ese modelo de convivencia grupal no corresponde al modelo social o mundial. Entonces lo que nos parecía normal dentro de nuestra burbuja ya no lo es. A los cinco años el niño comienza a cuestionar esas normas pues se da cuenta que no todos actuamos de la misma manera. Y eso está bien, pues se va gestando el propio pensar. La labor de los padres y maestros en este momento es fomentar el diálogo para impulsar el pensamiento crítico. Y para evitar confundir a los niños entre el decir y el hacer (lo que más les molesta es nuestra incongruencia), sugiero que en lugar de preocuparnos sólo por adoctrinar a nuestros hijos con valores que se corresponden a un modelo específico de vida o religión, nos ocupemos al menos en ser ejemplo de respeto, igualdad y solidaridad. Que quien es bueno no necesita bandera ni título que lo acredite.

Periodos sensitivos

A lo largo de la historia de la Educación, grandes pedagogos han dedicado su tiempo a la observación del niño en su ambiente natural (aquél que por su armonía propicia el aprendizaje significativo), con el fin de captar los secretos del desarrollo y los factores que permiten potenciar sus capacidades y florecer sus actitudes positivas. Padres y maestros tenemos la fortuna de contemplar a los pequeños sumergidos en un mundo paralelo mientras realizan un trabajo, desempeñan alguna labor o participan en un juego.
Durante estos periodos de concentración absoluta el cerebro comienza a realizar conexiones neuronales que le permiten dar brincos cuánticos en el mundo del conocimiento. Su creatividad, imaginación pero sobre todo su comprensión se acelera.
Pero hay momentos en los que aparece una desaceleración en el proceso mental que se corresponden con los máximos niveles de desarrollo físico. Durante estos declives, por llamarlos de alguna manera, las conexiones neuronales pierden potencia pues el desarrollo corporal tiene prioridad. Es así como nuestros hijos parecen entrar en crisis, y nosotros con ellos si no logramos comprender la emergente situación.
Muy a menudo los padres acuden angustiados a los profesionales de la educación, cuestionándose cómo es que su pequeño de repente ha perdido concentración, atiende menos cuando se le habla, se rebela ante las normas y muestra pereza ante el estudio.
Desde la perspectiva del niño se vive una situación verdaderamente caótica pues son momentos en donde la duda crece, los miedos e inseguridad se hacen presentes, se potencian las angustias y quejas y se cuestionan mucho más las relaciones humanas.
No es una situación que les agrade ni que puedan controlar fácilmente. Se les conoce como preadolescencias ya que son similares a las que sufrirá de manera profunda años más tarde durante la adolescencia, en donde además las hormonas se disparan jugando un papel fundamental en el desarrollo sexual de los jóvenes y el cerebro sufre una literal poda neuronal.
Intentaré describir brevemente los periodos para ayudarles a distinguirlos cuando estos aparezcan, aunque cabe recordar que estamos hablando de situaciones dentro de los parámetros de lo “normal”. Y aunque estos pueden aparecer y desaparecer dentro del lapso indicado, sin necesidad de que se mantengan durante todo ese periodo, es posible observarlos con claridad. Es entonces cuando nuestros hijos necesitan más apoyo, acompañamiento, comprensión y respeto.
De los cero a los tres años se da el desarrollo del lenguaje, se sientan las bases para la autonomía e independencia y se potencian la mayoría de las habilidades psico-senso-motoras. Es vital hablarles con corrección, leerles cuentos, otorgarles pequeñas labores, permitirles realizar cuantas actividades puedan hacer solos: servir el agua, comer, ordenar su cuarto, caminar, trepar, palpar, oler, tocar.
Entre los tres y los seis años hay una desaceleración en la que se manifiestan pesadillas, fantasías mezcladas con la realidad, angustias y la primera rebeldía a las normas.
En este periodo hay que encauzar las fantasías con el desarrollo de la creación artística y acompañarlos a encontrar respuestas lógicas a sus miedos. Durante toda la infancia, pero sobre todo en este momento, debemos evitar que los niños vean series violentas que presenten personajes que tiendan a la maldad u oscuridad.
De los seis a los nueve años vuelve a acrecentarse la actividad neuronal, se dispara la imaginación, abstracción, colaboración y moralidad. Es cuando los problemas de índole ético se deben poner sobre la mesa; es tiempo para el diálogo, la argumentación, el trabajo en equipo, el planteamiento de problemas complejos a la vez que divertidos.
De los nueve a los 12, con el inicio de la adolescencia, se vuelven a cuestionar las normas y se sufre una apatía en torno al aprendizaje. Y aunque es el periodo más importante en el desarrollo psíquico y emocional del futuro adulto, la educación tradicional lo ha relegado. Y si quisiéramos atenuar la dolencia del adolescente deberíamos todos plantear un proyecto especial para ellos: trabajo físico y colaborativo de tal manera que puedan experimentar la sensación profunda del aprendizaje en equipo, al tiempo que recargan su cuerpo con la energía del ejercicio.
De los 12 a los 15 años, a pesar de seguir dedicando gran parte de su vitalidad a la actividad hormonal, logran desarrollar capacidades de cooperación solidaria, autoaprendizaje y confianza. El último declive –ya mínimo- se da entre los 15 y 18 años.
En todos estos años, como papás hemos de ser comprensivos, cariñosos y flexibles para adaptar las normas a las cambiantes situaciones. Pero al mismo tiempo debemos ser claros, constantes y consecuentes con los límites establecidos. De lo contrario, la duda y la angustia crecerán ante la sensación de incertidumbre y extravío.
Comenzar con un: “entiendo que te sientes molesto…” antes de reprocharles su actuar, podría suavizar una situación que sin duda se repetirá varias veces durante su infancia y adolescencia. Recordemos que, a pesar de su rebeldía, mantenerse en un marco de disciplina les da seguridad.